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Marisela Ortiz: «Matar o violar a una mujer en México es un ejercicio de poder»

Marisela Ortiz: «Matar o violar a una mujer en México es un ejercicio de poder»

-Sólo nos llegan ecos de Ciudad Juárez por el constante goteo de asesinatos de mujeres. Un drama escalofriante que no cesa.

-El último caso es de hace diez o quince días. Era una niña de catorce años.

-¿Violada, torturada y asesinada, según la pauta terrible y habitual?

-Torturada, violada, asesinada y ahora con un elemento más, con «cinta tape» [esparadrapo] en los labios, en la nariz y en los ojos, como comúnmente dejan los narcotraficantes a sus víctimas. Volteada boca abajo y con las manos atadas en la espalda.

-¿Hay cifras de todo ese horror, a lo largo de estos años?

-Imposible averiguar el número de mujeres, porque el problema existe desde hace quince años y nunca fue atendido de manera seria. Se le empezó a prestar atención a partir de 2002, cuando llevamos nuestras protestas fuera de México. Ya no se podía seguir disimulando.

-De puertas adentro, ¿con qué tropezó?

-Una autoridad llegó a decirme: «¿No tiene miedo? Porque yo sí». Me aclaró de plano que no iba a ayudar.

-Diagnostique la génesis de estos crímenes...

-Requieren condiciones que en Juárez, que ha pasado de quinientos mil habitantes a cuatro millones en pocos años, se concentran todas. La primera, ser frontera y paso de drogas hacia los Estados Unidos. Con mucho dinero ilegal que hay que lavar. Y proliferación de negocios ilícitos, prostitución, adicciones, alcoholismo... Súmale la corrupción, que es ya parte de la cultura mexicana. Luego está la presencia de la industria maquiladora de piezas de aparatos electrónicos, que concentra un número increíble de mujeres, mano de obra barata.

- Tras años de inacción, ¿qué desató la respuesta social?

-El asesinato de Lilia Alejandra, mi alumna. Hasta entonces los medios de comunicación habían sido simple reflejo de la voz oficial. Sólo decían que a las mujeres las asesinaban por relacionarse con narcotraficantes, por llevar pantaletas rojas o por frecuentar centros nocturnos.

- Como un problema de marginalidad...

-¡Claro! Eso hizo mucho daño a la comunidad, porque no estuvo prevenida. La gente pensaba que si sus hijas eran estudiantes formales y no estaban en esos ambientes, no corrían riesgos. Y sin embargo, ocurría también.

-¿Cómo es el presente?

-La situación había mejorado, pero este último año la violencia se ha disparado. En lo que va de 2008 han aparecido más de 130 mujeres asesinadas y 1.500 hombres, sólo en Ciudad Juárez. Espantoso. La gente que puede se está yendo, muchos negocios han cerrado, otros los han quemado... Comandos armados amenazan y extorsionan ya a todos los comercios e incluso piden cuota a los maestros en las escuelas.

- ¿Para qué está sirviendo su cruzada?

-Se habían logrado muchas cosas: instancias de atención a víctimas, un protocolo para la búsqueda de niñas y jovencitas inmediatamente después de su desaparición... Además, documentamos casos ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 2002 y la Corte los aceptó en 2007. Algo que nunca había sucedido con ningún caso mexicano.

-Pero el cáncer se extiende...

-En todo México se ha asesinado en un año a 5.000 mujeres. Creo que estos crímenes que se han generalizado en la República Mexicana son ejercicios de poder. Las violan y las matan porque lo pueden hacer. Una mujer en México es cien por cien violable.

-Al menos, ha logrado sensibilizar a los de arriba.

-Están más presionados que sensibilizados. Espero que cuando el presidente de México solicite un crédito a alguno de los países de los que depende, se le niegue. O que se condicione su concesión a que resuelva los problemas de su país. No sé cómo Felipe Calderón se atreve a hablar de Derechos Humanos en la ONU.

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