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Fraga, el paleocom y el dinosaurio

EN el extenso anecdotario del franquismo hay pocos episodios más desopilantes que ese en el que Pío Cabanillas y Manolo Fraga han de salir de naja para burlar la santa ira de un grupo de monjitas que les había sorprendido «in puris naturabilis» (en pelota ... picada, hablando en confianza). Es harto dudoso que el suceso sucediese jamás; de la misma manera que resulta indudable que el que lo puso en suerte era un maestro de la sátira. Ya se sabe: «Se non _ vero, _ ben trovato». Verdades hay que son tan verdaderas que lo de menos es que sean falsas. La historieta de los próceres coritos y las novicias escandalizadas (¿a quién no le escandaliza que le enseñen, de golpe, los secretos de Estado?) es un chiste de Gila, de tanto que se ha contado, pero, puesto que viene al pelo, no está de sobra reestrenarla. Volvamos, así pues, al escenario en el que se representó la farsa atribuida a tan ilustres comediantes. Eran los años en los que el menú turístico había sustituido al rancho de campaña y un sol de paella y sangría a destajo adormecía al Régimen y espabilaba, al mismo tiempo, la balanza de pagos.

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