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Gonzalo Menéndez Pidal y Goyri: «In memoriam»

ACABA de fallecer Gonzalo Menéndez Pidal y Goyri. Deja como obra y como ejemplo toda una vida dedicada a la investigación del pasado, a la enseñanza y a la publicación de libros que son modelo de buen hacer y de inteligencia al elegir los temas de estudio, por su prosa, sencilla y elegante, clara y concisa. Se formó en la mejor de las escuelas, durante su infancia y primera juventud: la casa de sus padres, el insigne historiador y filólogo don Ramón Menéndez Pidal y doña María Goyri, culta, inteligente y casi anónima investigadora, a la que don Manuel Gómez Moreno calificó de «silenciosa y abnegada, tan vigilante en rededor suyo, y estudiosa tan sin pretensiones de exhibición, que pudo pasarse la vida inédita e ignorada casi». Gonzalo valoraba más la influencia ejercida en él por su madre que la recibida de su padre. A las enseñanzas en el hogar, se añadieron las del Instituto Escuela y, ya bachiller, las de sus profesores en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid.

Como prólogo de sus estudios universitarios, Gonzalo Menéndez Pidal viajó a Munich a los diecisiete años para estudiar allí latín vulgar con Karl Vossler y Filosofía de la Historia con Pinder. También se interesó, en aquel curso, por las técnicas y hasta trabajó en una fábrica para conocerlas directamente.

En la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid enseñaban, cuando Gonzalo era alumno de ella, don Claudio Sánchez Albornoz, don Américo Castro y don Manuel Gómez Moreno y era decano García Morente. Quiso doctorarse con una tesis sobre medios de expresión en el cine, en la que habría de tratar de arte, de literatura, de música. La guerra civil le impidió proseguir en el empeño. Le quedó la afición al cine y a coleccionar cuantas películas pudo reunir. Las proyectaba a sus amigos en su casa de San Rafael, sin que fallase nunca cuando elegíamos alguno de los mejores filmes de la historia del cine.

Al terminar la guerra civil pensó en un nuevo tema de investigación para tesis doctoral: Mozárabes y asturianos en la Alta Edad Media. Por entonces -1941- publicó el Atlas Histórico Español, con treinta y seis mapas en los que quiso representar lo esencial de la historia política, cultural y literaria. El Atlas fue elogiado por historiadores extranjeros por considerarlo útil como muestra de las influencias ejercidas por España en el resto de Europa, desde la antigüedad hasta el presente, y por reflejar realidades culturales y económicas hasta entonces no cartografiadas.

En 1959 ingresó en la Real Academia de la Historia. Contaba ya con importante obra, entre la que destaca su libro «Los caminos en la historia de España», publicado en 1952, y reeditado en 1992 con el título «España en sus caminos». Gómez Moreno, que contestó al discurso de ingreso, ya definía a Gonzalo entonces -1959- como investigador que llegaba a la Academia sin oropeles, pero con importantes conocimientos documentales y gráficos, «curioso de todo saber, apto para desentrañar problemas, merced a su claro entendimiento», y a su maestría como historiador de las técnicas y a su curiosidad sobre todo lo concerniente a la humanidad en el presente y en el pasado.

Con una obra como «La España del siglo XIII» leída en imágenes, investigada mediante el estudio de las miniaturas de los libros del saber de Astronomía, del libro de los juegos, de las cantigas, de los códices de los músicos y de las historias que tanto ilustran sobre cómo eran y cómo vivían las gentes en la Castilla del siglo XIII, prestó Gonzalo Menéndez Pidal un gran servicio a la historia de la técnica y de la cultura, al ofrecernos el resultado de sus investigaciones sobre los códices que dibujaron y pintaron los miniaturistas. En esta obra hizo una inteligente y esclarecedora descripción de las técnicas y de los usos y costumbres, gracias a las imágenes que muestran las indumentarias, los juegos, los instrumentos músicos, el ejercicio de la caza, las herramientas, los enseres, el mobiliario, los ajuares, en suma, cómo eran y cómo vivían las gentes del campo, los menestrales, los mercaderes, los príncipes, y cómo eran los caminos, los caminantes, las navegaciones, el arte de la guerra y las fiestas. Todo le permitió presentar, gracias a las imágenes, las variadísimas formas de vida en la Castilla del siglo XIII, gracias a la información gráfica. Si se quisieran describir sin imágenes las realidades de que trata este libro, serían necesarias miles y miles de páginas, que habrían de provocar el aburrimiento de los lectores y quizá una mayor ignorancia y confusión.

En los últimos años de su vida Gonzalo Menéndez Pidal pudo escribir y publicar su obra más importante: «Hacia una nueva imagen del mundo». En este libro expuso lo esencial de la evolución humana desde la antigüedad hasta los tiempos modernos. Al conocimiento de la historia, supo unir en este libro sus saberes completísimos sobre las técnicas de navegación y sus cambios, sobre geofísica, cartografía, climas y meteoros y sobre cuanto influyó en las posibilidades humanas de ampliar el conocimiento del mundo, a lo que tanto contribuyeron castellanos y portugueses en sus navegaciones transoceánicas. En esta obra hizo la síntesis de todos sus saberes, acumulados desde niño, gracias a su interés por las imágenes, por los dibujos, por las pinturas, por planos y mapas, tanto o más que por los documentos manuscritos y los libros. Siempre quiso utilizar en sus investigaciones todo cuanto pudiera reunir de información gráfica. Las colecciones de fotografías, de cintas de celuloide, de impresos, de mapas, de planos y de dibujos eran, para él, muestra y prueba de que las imágenes informan más y mejor que la más completa descripción oral o escrita. Pudo hacer suya la frase de Goethe en la que recomendaba hablar mucho menos y dibujar mucho más.

Gonzalo Menéndez Pidal era, además, un santo laico. Formaba parte, con Luis García de Valdeavellano y Julio Caro Baroja, de una trinidad de santos que nunca figurarán en el santoral canónico. Ramón Pérez de Ayala señalaba, en 1949, que Giner de los Ríos y Pérez Galdós habían sido los hombres más generosos que él había conocido. Para ellos «todos los prójimos eran su prole». Todos ellos eran sobrios, ajenos a cuanto sonara a vanagloria, incluso a que se les reconocieran sus méritos. Por eso nunca fueron condecorados. Gonzalo Menéndez Pidal, acorde con el mejor espíritu de la Institución Libre de Enseñanza, renunciaba a todo lo que pudiera acercarse a la idea de que se le reconocieran méritos. Baste, como ejemplo, la brevísima autobiografía que apareció, año tras año, en el Anuario de la Real Academia de la Historia: «doctor en Filosofía y Letras; catedrático de Literatura».

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