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África se desgarra en dos entre los genocidios y la esperanza democrática

Congo, Sudán, Chad, Somalia o Zimbabue ofrecen la peor cara el continente negro, mientras otras naciones desmienten la imagen trágica, como Ghana o Botsuana

África es el paraíso de los estereotipos, un continente marcado a fuego por la esclavitud , un estigma que se hizo indeleble en las plantaciones de América. Destino de todas las fantasías del imaginario occidental, de topógrafos y aventureros, misioneros y colonizadores, multinacionales de la geología y de las armas, la negrura se acabó imponiendo a la negritud que cantaron Aimé Césaire y Léopold Sédar Senghor. Reporteros con conciencia y sentido de la historia, como Ryszard Kapusckinski, Manu Leguineche o Pedro Rosa Mendes trataron con sus reportajes y sobre todo con sus libros de ofrecer la cara completa, el contrapeso del África que se desarrolla, sueña y juega al fútbol, y celebra elecciones democráticas, la cara amable de experiencias como las de Botsuana, Namibia, Cabo Verde, Mozambique o Ghana, junto al contexto, el trasfondo económico y político que explica las tribulaciones actuales de Nigeria o la República Democrática del Congo, el desgarro de Somalia, el hundimiento total de Zimbabue por los delirios de un héroe de la independencia convertido en sátrapa, o la maldición de la riqueza que enfanga naciones como la única de África negra que habla español, Guinea Ecuatorial, una dictadura surrealista.

Antes de que la crisis hincara los colmillos en las economías más pujantes del globo y en las de países emergentes -como China, que va camino de convertirse en el primer agente comercial de África-, algunos economistas como el egipcio Samir Amin habían propuesto la desconexión de África del discriminatorio sistema económico internacional. No era tanto una defensa de la autarquía como un intento de paliar los efectos perversos del capitalismo y sus instrumentos más o menos coercitivos o «inspiradores» como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. La necesidad de desconexión es para Amin la lógica salida política frente a la desigualdad que el mercado capitalista no hace sino acentuar. A pesar de las buenas perspectivas económicas que dibuja el último repertorio del Producto Interior Bruto sobre el mapa continental, no conviene olvidar que África pierde al año 18.000 millones de dólares -el 15 por ciento del PIB de los países implicados- a causa de sus muchas guerras.

Su condición periférica respecto a los flujos principales de los intercambios económicos y financieros internacionales y el «boom» de las materias primas (con consumidores tan voraces como China e India), han hecho que algunos países africanos hayan mantenido entre 2004 y 2008 tasas de crecimiento considerables, con el 24 por ciento de Angola -que parece decidida a enterrar para siempre su guerra civil- a la cabeza, seguida de Sudán, con un 10 por ciento de crecimiento del PIB per cápita. Pese a ser un paria político internacional, Jartum ha encontrado en la alianza geoestratética con China el paraguas protector en el Consejo de Seguridad de la ONU y un cliente para el flujo creciente de su crudo. Superando con creces el 5 por ciento de crecimiento anual figuran países como Mauritania, Liberia, Mozambique, Tanzania y Guinea Ecuatorial, que sin embargo cotizan muy bajo en el Índice de Desarrollo Humano.

Pero a pesar de su condición excéntrica, la crisis ya ha empezado a hacer mella en el continente negro: la demanda de mineral de la incansable maquinaria industrial china empieza a dar síntomas de flaqueza, lo que ya ha repercutido en la República Democrática del Congo : en las zonas mineras de Katanga y Kasai, lejos del conflicto que envenena la región de los Kivus, las grandes compañías mineras internacionales están encontrando crecientes dificultades de financiación, al tiempo que la bajada de los precios de minerales como el cobalto o el cobre están agujereando las oscuras arcas de Kinshasa y enviando a miles de mineros al paro. El incipiente retorno a casa de «cerebros» huidos a Occidente podría interrumpirse debido al cambio de ciclo en la economía mundial, aunque cabe la contrapartida de que el cierre de empresas en Estados Unidos y Europa propicie esa necesaria vuelta a África como una salida inevitable para profesionales africanos cualificados.

En el plano político, la realidad africana no es, pese a las apariencias, una foto fija en blanco y negro. Liberia y Sierra Leona se recuperan de devastadoras guerras civiles, Costa de Marfil trata de curar las heridas de un enfrentamiento norte-sur que echó a perder uno de los países que «funcionaban» en África Occidental. No es el caso del país de los ashanti, que ayer celebró elecciones. Ghana es uno de los candidatos más cualificados para probar -como Botsuana, la estrella continental- que recursos y democracia pueden casar, manteniendo en alto el pabellón de un régimen que es casi una isla en un entorno nada propicio a la democracia, con casos tan desgraciados como las tres Guineas: Conakry, Bissau y Ecuatorial. Cabo Verde y Malí -que pese a la pobreza han sabido asentar gobiernos democráticos- son otras dos naciones africanas que pueden sacar pecho, lo mismo que Mozambique, Namibia y Tanzania en África austral.

Un remedio a la catástrofe

Kenia, el gran -pese a ser corrupto- modelo democrático de África del Este , cayó en el abismo tras las elecciones del año pasado. La catástrofe se «enjugó» cuando el presidente que había perdido los comicios y el opositor que los había ganado acordaron compartir el cetro con el ejecutivo más inflado del continente e instigadores de la «limpieza étnica» ocupando carteras ministeriales.

Hay muchas Áfricas, y resulta vano cualquier intento de englobar al continente bajo un patrón único. Acertó el reportero Bru Rovira al titular «Áfricas» su último libro. Somalia exigiría un libro completo para explicar la degeneración absoluta después de dos décadas sin Estado ni gobierno que han entronizado la miseria de una población condenada al olvido, con una misión frustrada de la ONU, un intento de los Tribunales Islámicos de recrear un cierto orden, seguido de la inútil intromisión de Estados Unidos con la maquinaria bélica de Etiopía en un cafarnaum de «señores de la guerra» y piratas.

Suráfrica, por su parte, la gran superpotencia política y económica del continente, ve cómo las luchas intestinas del gobernante Congreso Nacional Africano y el sectarismo político rampante amenazan con dinamitar el país del arco-iris que recreó el admirado Nelson Mandela.

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