Está en :

Hasta siempre, maestro

CLÁSICA
Alfred Brendel
Obras de: Haydn, Mozart, Beethoven y Schubert. Intérprete: A. Brendel, piano. Ciclo: XXV Temporada de Ibercàmera. Lugar: Palau de la Música Catalana, Barcelona. Fecha: 27-11-08
PABLO MELÉNDEZ-HADDAD
En un par de semanas, ese dinosaurio sagrado del piano que es Alfred Brendel se despedirá para siempre de los escenarios mundiales. Lo hará en Viena, una ciudad que ha estado unida a su impresionante trayectoria internacional desde que era un niño, y dirá adiós junto a tres compañeros de viaje de absoluta excepción como son la Filarmónica vienesa, el director Charles Mackerras y el compositor Wolfgang Amadeus Mozart, de quien interpretará su «Concierto N. 9, Jeunehomme, K. 271».
Antes, Alfred Brendel aceptó realizar una breve gira por un puñado de ciudades europeas para despedirse in situ de sus seguidores. Barcelona tuvo el honor de ser la escogida por el maestro para su adiós al público español, velada emotiva que tuvo lugar en un Palau de la Música Catalana lleno hasta la bandera, incluyendo las tres filas de butacas instaladas en el escenario a unos pocos pasos de este creador de sueños que ha marcado a un par de generaciones.
El maestro, emocionado y con esa sonrisa que lo identifica, arrancó con una delicada pieza de uno de los autores que más ha ayudado a redescubrir y del que el año próximo se cumple el bicentenario de su muerte: Joseph Haydn. Ese poco divulgado «Andante con variaciones», Hob XVII/6, llegó sobre todo cubierto de elegancia e impuso lo que predominó durante todo el recital: concentración absoluta, digitación suprema, fraseo encantador y un sentido musical extraordinario, particularidades que impregnaron sobre todo el «Andante» de la denominada «Sonata N. 15» de Mozart, otra rareza constituida por el K. 533 -«Allegro» y «Andante»- y por el «Rondo» del Koechel 494, sellada con solidez por su arte. Su emotiva entrega de la «Sonta N.13, Quasi una fantasia», de Beethoven, puso al público al borde de la lágrima. La segunda parte estuvo dedicada a la última sonata de Schubert, D. 960, obra fundamental en su carrera que pasó como un rayo de luz por el Palau. Tres propinas, con Bach como broche, sellaron una noche de emociones.