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Cordillera

COMO el ministro Solbes había advertido, con sensato criterio, que la refundación del capitalismo no es empresa que se pueda abordar con naturalidad después de desayunar unos churros, tan indigestos, los líderes del planeta decidieron que acaso fuese más fácil su tarea si antes de aplicarse a ella cenaban con un vino apropiado para la ocasión y el empeño: Cabernet Sauvignon Hillside Select 2003, a razón de 150 euros la botella. Iluminados por los vapores de tan espirituoso caldo, en todo caso más barato que el que consumía el antiguo presidente de la Comisión española de Valores, acordaron después tomar medidas para estimular el consumo. Como gesto de austeridad ante la crisis quizá el Hillside no parezca ejemplar, pero las tormentas de cerebros siempre resultan más fecundas en ideas si las neuronas reciben el riego adecuado. Y en la Casa Blanca no acostumbran a servir el machadiano vino de las tabernas.

En ese ambiente de sofisticada camaradería y preclaro liderazgo era de esperar que la principal conclusión de la cumbre fuese la convocatoria de otra cumbre, así como la creación de unas comisiones que, divididas en sus correspondientes subcomisiones, prolonguen y desarrollen los trabajos hasta empalmar con las sesiones preparatorias de la próxima reunión, en la que probablemente se decidirá la creación de una conferencia periódica que dé continuidad a esta alegre dinámica de confraternidad mundial. Entre observatorios de seguimiento, mesas de regulación, grupos de coordinación, comités de evaluación y delegaciones de enlace es imposible que la crisis escape al control de tan celosos vigilantes, que de vez en cuando se reunirán para supervisar el curso de los acontecimientos, pronunciar elocuentes discursos de optimismo analítico, felicitarse de la cooperación lograda y de paso catar el fruto de las cosechas más prestigiosas del país anfitrión de turno. La recesión está cercada y tiene sus días contados.

Las gentes del común tienden a desconfiar de esta metolodogía corporativa porque sospechan sin fundamento que sus mentores no están al tanto de las cuitas del pueblo soberano. Desconocen que las grandes reflexiones que alumbran los avances de la Humanidad suelen alumbrarse en escenarios de cinco estrellas, donde tipos con trajes de varios miles de euros escrutan con gran precisión el destino de las masas y establecen las reglas que determinan el funcionamiento del sistema. Su lenguaje suena lejano porque obedece a una alta sensibilidad global que recoge metas e inquietudes planetarias y está sometido a un protocolo de rígidas solemnidades, pero nadie anda mejor capacitado que ellos para captar los desvelos de la calle. Para eso disponen de ejércitos de asesores, organizados en los comités correspondientes, que filtran las inquietudes populares por un tamiz de compleja versatilidad funcional. Y por si algo se les escapa, como parece ser que ha sido el caso, organizan frecuentes encuentros, conferencias y cónclaves para poner en común su experta sabiduría y embridar la natural tendencia a desbocarse de la economía de mercado. El capitalismo está perfectamente a salvo: no hay crisis que pueda escalar esta cordillera de cumbres tan elevadas.

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