CLÁSICA
Juventudes Musicales
Obras de Beethoven, Grieg, Messiaen y Shostakovich. Int.: Martha Argerich, paino, Mischa Maisky, violonchelo. Lugar: Auditorio Nacional. Fecha: 13-XI
ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
En 1994, la compañía Harley-Davidson acudió a la oficina de patentes y marcas de EE.UU. intentando registrar el ruido de sus motores. Se denegó porque el ruido no es una sonoridad «fija» sino más bien un tipo de sonido abierto a infinitas variaciones contextuales según el modelo, la forma de conducir, la velocidad... Y aun así, cualquiera reconoce el motor de una Harley-Davidson porque tiene personalidad. Es una sonoridad de marca. Hay otras muchas que ayudan al oído a situarse en el espacio y el tiempo. A estas alturas del oficio, sería fácil elaborar un catálogo que identificase el público de cada ciclo en función de su ruido. No es broma, que alguna razón habrá para que los programas de Ibermúsica y Juventudes Musicales gasten páginas incluyendo decálogos de buena maneras. Se hace aquí y en muchos lugares, porque no es distinto el público de Madrid al de otras civilizaciones por mucho que se diga. Basta viajar. Lo que sucede es que ahora el ruido molesta más que nunca porque, sin darnos cuenta, en un mundo que no deja los tímpanos tranquilos, el concierto es la religión de los heréticos.
Se comprueba cuando se unen dos naturalezas musicales como Martha Argerich y Mischa Maisky, rozando el silencio y haciendo todo inalcanzable. Cada uno a su manera, aunque con una misma intención: Maisky es apasionado, se inclina sobre el violonchelo y lo abraza con energía, fuerza el gesto y se entrega sin reservas; Argerich no descompone la figura pero cada pulsación tiene la intención exacta. Así lo sugieren la perfección del toque, la claridad del concepto y la sutileza en el manejo del pedal. Sólo hay que cerrar los ojos, obviar el celofán del caramelito o la carraspera invernal, para apreciar en ambos la infinitud de la dinámica, la elasticidad con la que se maneja el tiempo (un detalle de vieja escuela que hoy a golpe de metrónomo tantos destruyen). Por alguna razón Beethoven, Grieg o Shostakovich suenan distintos. Aunque puestos a seleccionar fuera suficiente con los minutos de música del «Cuarteto para el fin de los tiempos» de Messiaen. A media voz, en completa concentración. Nunca hubo ruido más claro y sutil.