ÓPERA
«Las bodas de Fígaro»
Música: W. A. Mozart. Intérpretes: K. Ketelsen, L. Tézier, E. Bell, O. Sala, S. Koch, R. Giménez, E. Bayón. O. S. del Liceo. Dirección: A. Ros Marbà. Dir. escena: L. Pasqual. Lugar: Liceo, Barcelona. Fecha: 11-11-08
PABLO MELÉNDEZ-HADDAD
Estas «Bodas de Fígaro» recordaron por concepto a esas dos zarzuelas del maestro Giménez, «La boda» y «El baile de Luis Alonso», porque en esta nueva producción de Lluís Pasqual para el Liceo barcelonés y la Welsh National Opera, la danza apareció omnipresente, «como metáfora de las relaciones humanas» transformándose en hilo conductor, con bailecitos por aquí y por allá. Claro que este concepto sólo le quedó claro a quienes conocían las ideas del director de escena, porque sobre el escenario la cosa se enredó en profundas confusiones: sólo como jemplo, nadie entendió qué hacían por ahí unas barras de ensayo de ballet, como tampoco se entendía que Fígaro midiera su habitación para ver si le cabe su cama cuando ya la tiene más que a punto.
El montaje, elegante y con momentos hermosos, con fuerza teatral y con respeto a los momentos musicales míticos de la famosa partitura, se perdió en unas ideas que no acabaron de cuajar, aunque la dirección de actores, salvo en la confusa y poco creíble escena final, funcionó casi siempre gracias a un equipo de solistas de primera. Ellos fueron los artífices del éxito, porque la batuta de Antoni Ros Marbà, ante una orquesta dispuesta pero no siempre flexible, a penas concertó con eficacia, sin vuelo creativo ni buen entendimiento con los solistas, que parecían necesitar entradas claras.
El Fígaro de Kyle Ketelsen se impuso por energía y poderío, al igual que el impecable Conde de Ludovic Tézier, dueño de un instrumento precioso que sabe administrar siempre con sabiduría. Algo similar sucedió con la prestación de Emma Bell, una Condesa de lujo que solucionó los innumerables escollos de su particella con absoluta elegancia. Of_lia Sala dibujó una Susana impecable, inteligente y vivaz, proyectando con suficiencia. Sophie Koch fue un Cherubino como tantos, todo lo contrario del casi milagroso Basilio de Raúl Giménez -una estrella sin aria-, del sonoro y simpático Antonio de Valeriano Lanchas o de la delicada Barbarina de Eliana Bayón.