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Joan Margarit extrae en su libro «Misteriosament feliç» la alegría del desastre

SERGI DORIA

BARCELONA. Con setenta años cumplidos, Joan Margarit tiene motivos para ser feliz. Reconocida su trayectoria con sendos premios nacionales, en España y Cataluña, acaba de dar a luz «Misteriosament feliç» (Proa): el poemario cierra un ciclo de desnudez personal y expresiva y que tuvo como precedentes «Càlcul d´estrutctures» y la laureada «Casa de Misericòrdia».

Inasequible a la autocomplaciencia, Margarit delimita irónicamente la satisfacción: «Puedes creer que te premian por derecho divino, porque eres genial, lo que es una estupidez; en otras ocasiones, algún envidioso considera que si te han premiado es porque eres malo... Lo que vale la pena es hacer las cosas bien, aunque no obtengas una recompensa inmediata». El poeta acaba de llegar de Londres, donde participó en un recital en la ribera sur del Támesis: el público escuchaba sus versos en catalán con subtítulos en inglés y hacía cola para que firmara su antología de 200 poemas «Tugs in the fog» («Remolcadores en la niebla»). No esperaba tal repercusión; le admiró «cómo puede llegar un poema aunque se haya filtrado en otra lengua».

Depuración expresiva

Respecto a sus anteriores entregas, «Misteriosament feliç» se revela como un poemario con un más alto grado de depuración. Margarit condensa el extracto seco: «La alegría sólo puede extraerse de la realidad, por cruda que ésta sea», advierte. De ahí, el título del poemario; uno se siente «misteriosamente feliz» cuando se atreve a ser sincero: «Si disfrazas la realidad no conocerás la felicidad». Con pocas imágenes y una austeridad expresiva que desdeña el ornato, Margarit abomina del eufemismo y el embellecimiento de los recuerdos. No es partidario de escribir memorias porque «siempre alteras el pasado o acabas inponiendo una versión. Sólo el poema puede transformar la mentira en verdad».

«Sóc vell i no vull ser reconstrït» proclama en el poema «Restaurar». Para Margarit, la restauración de un monasterio románico, al convertirlo en otra cosa, es como amortajar un cadáver. En estos tiempos de Memoria Histórica, «la lectura del pasado es pura restaurción y el colmo de esa restauración es restaurar lo que no ha existido» concluye el poeta.

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