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«Sabía que le iban a matar»

POR DOMINGO PÉREZ

MADRID. Por mucho que le pese al Gobierno y alrededores, la memoria histórica no se localiza en un solo bando. La memoria, además, casi nunca es colectiva, sino individual, y los descendientes de los muertos de la represión de socialistas, comunistas y anarquistas no dejan de recordarlos, aunque sí hayan perdonado. En Paracuellos de Jarama se encuentra la mayor fosa común de la Guerra Civil, pero esa Garzón no la quiere abrir, esos asesinados no son suyos.

Sin embargo, allí siguen sepultados miles de olvidados, como es el caso de Federico Salmón cuya memoria está siendo rescatada estos días con motivo del 75 aniversario de la Universidad CEU San Pablo. Efeméride que ha dado la oportunidad a su nieta, Concha Rodríguez Salmón, para reivindicar la figura de su abuelo y, en cierto modo,«la de las otras 1.039 personas que fueron asesinadas el mismo día que él, en la madrugada del 6 al 7 de noviembre de 1936».

«Sólo tenía 36 años», recuerda Concha. «Tiene el triste privilegio de ser el ministro español que ha muerto más joven». Realiza el apunte académico Alfonso Bullón de Mendoza, historiador y, tres cuartos de siglo después, sucesor de Salmón al frente del CEU.

Su trayectoria profesional, política y personal, siempre marcada por su catolicismo militante, a tan temprana edad resulta apabullante, casi increíble por la calidad de sus logros. En ese espacio de tiempo fue capaz, recita su nieta con un punto de orgullo, «de ser abogado del Estado, ministro de Trabajo y Sanidad con la CEDA, autor de una de las leyes más famosas de la República, la Ley Salmón, que marcó un hito al defender los derechos de los inquilinos de las viviendas alquiladas, fue el primer director del «Ya», relanzó y dirigió «La Verdad» de Murcia...».

Con semejante currículo sorprende que su figura haya caído en una perezosa amnesia. Bullón de Mendoza reconoce que el «propio CEU no ha sido nada generoso con su memoria y hoy casi nadie recuerda su brillante ejecutoria social y política ni se le rinde tributo o se le propone para un homenaje de desagravio».

Concha tiene claro por qué se ha producido esta situación de desmemoria casi total hacia Federico Salmón y su obra: «El motivo de un olvido tan profundo fue la forma de su muerte. El mismo día en el que él era asesinado, otras 1.039 personas morían junto él. En tres días mataron en ese mismo lugar a tres o cuatro mil personas. Eran demasiados muertos para la historia. Había que echar tierra al asunto, poner de lado a las víctimas de Paracuellos». Tanto tiempo después, Salmón recobró la voz por boca de su nieta. La palabra se la cedió el CEU en un acto que le honra, en la inauguración, el pasado jueves, del Congreso llamado «La otra memoria», la de los represaliados por el Frente Popular.

La checa de Fomento

«Mi abuelo se había retirado momentáneamente de la política cuando se produjo el Alzamiento Nacional el día de su onomástica, San Federico. En ese mismo instante comenzó su persecución. Finalmente, fue capturado por la checa de Fomento e introducido en un cubículo en el que no se podía estar ni de pie». «Manuel Irujo, del PNV, ministro de Largo Caballero y amigo suyo personal -prosigue Concha emocionada- se entera, le localiza y consigue que le trasladen a la cárcel Modelo. Expoliaron su casa en busca de pruebas. Se llevaron su biblioteca entera para revisarla libro a libro. Al final encontraron unos manuscritos donde analizaba el final de la CEDA en el gobierno y las posibles consecuencias para España. En esos escritos se basaron para acusarle de traidor. Los he leído mil y una vez y no puedo encontrar nada que justifique su detención y posterior ejecución».

«Nunca fue juzgado, ni condenado, ni absuelto, ni pudo defenderse, pero hay un expediente que le acusa de traidor ¿Cómo se desagravia a las personas que como mi abuelo no pudieron hablar y reposan en las fosas de Paracuellos», se pregunta una dolida Concha.

«Mi abuelo -continúa-, desde que fue detenido, sabía que le iban a matar. Explicaba que lo notaba en la forma en que lo trataban los milicianos. Le sometieron a todo tipo de vejaciones. Sabía que iba a morir, hasta el punto de que tras conseguir mi madre una visita, se negó a ver a su hija: «No quiero que el último recuerdo que tenga de mí sea detrás de unos barrotes». Así llegó la madrugada del seis al siete de noviembre. Ni Irujo, aunque lo intentó con denuedo, pudo salvarle. Se lo llevaron y nunca más se supo de él».

«Tras de él quedaba su esposa, mi abuela. También una hija, mi madre, a la que siempre le agradeceré que se empeñara en educarnos sin resentimiento para que tuviéramos nuestra opinión en libertad».

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