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Zapatero y el momento Obama

ENTRE la abundante población española de malpensados, que hay más que botellines de cerveza, se ha extendido la sospecha de que la intención primordial que guía el desmesurado afán de Zapatero por estar en la Conferencia de Washington es la de partirle la espalda de un eufórico abrazo a un Barack Obama recién electo, en presencia de Bush para mayor recochineo. Para ello faltan aún dos pequeñas condiciones, la primera de las cuales tiene muchas posibilidades de cumplirse esta noche, pero la segunda es que alguien le ceda gentilmente un asiento a nuestro presidente para que pueda desplegar su sonrisa misterbeaniana con las cejas enarcadas junto al flamante primo negro de Zumosol. El desmedido interés del Gobierno en su ofensiva diplomática para suplicar urbi et orbe una cédula de invitación a la cumbre no aventa en absoluto el malicioso recelo, sino que antes al contrario lo abona de indicios materiales y morales, dado que hasta el momento no parece existir en la comunidad internacional una expectativa ansiosa por escuchar las aportaciones intelectuales de nuestro primer ministro a la presunta refundación del capitalismo.

Como es probable que la desacomplejada insistencia en la humillación termine por dar fruto -si en el siglo XVI París bien valía una misa, en el XXI Washington bien merece una ignominia-, veremos a ZP librando una guerra de codos por salir en la foto junto a Obama, cuya sonrisa-gancho tampoco es desdeñable, como parte del nuevo Eje del Bien, la multilateralidad y el buenismo. El entusiasmo del todavía candidato demócrata por las aspiraciones españolas de liderazgo es perfectamente descriptible -de hecho, lo describió el vicepresidenciable Biden en su duro informe al Senado-, pero si sale elegido presidente del Imperio la euforia le pondrá de talante integrador y para distinguirse de su hosco antecesor es bastante verosímil que se muestre dispuesto a abrazar a las farolas. Incluso no habría que descartar que dijese alguna vaguedad complaciente sobre la Alianza de Civilizaciones, los amigos europeos y tal y tal. Semejantes ocasiones son el marco ideal para el exhibicionismo que busca nuestro paladín de la gestualidad política, cuya falta de sustancia sólo es comparable a la virtuosa y rentable habilidad que luce para el manejo de la propaganda. Una foto con Obama triunfante, rabia rabiña, frente a la de Aznar con los pies sobre la mesa de Bush sería suficiente para hacerle levitar. Luego, cada mochuelo a su olivo, que el futuro presidente americano tendrá tajo de sobra para olvidarse de esta nación pequeña, lejana y para él irrelevante, pero a ver quién le quita a Zapatero, llegado el caso, el escalofrío orgásmico de un momento tan preclaro.

Y menos con monsergas y asuntillos domésticos. En los tres días que esté de viaje, si finalmente va, se habrán quedado en el paro más de 6.600 españoles, según el ritmo medio actual del desempleo. ¿Y qué es eso comparado con el eco áureo, la magnitud universal de un abrazo del nuevo rey de Camelot? Truéquese en risa su dolor profundo; que haya unos parados más, ¿qué importa al mundo?

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