Lecciones inglesas en marcos dorados
Es evidente que el espectador ve un «Retorno...» a lo que sea y ya empieza a pensar en la época victoriana, en Ivory y su lenta pesadez, en Emma Thompson (que se ventila toda esta clase de películas) y en hora y media (que parecen ... tres) de lenta narración sobre bellas postales. Esta es, además, una adaptación de un libro exitoso y de una serie aún más aceptada.
Así pues, era un reto para Julian Jarrold, un desafío que lo solventa con bella naturalidad, con una narrativa espléndida, con una fotografía y música preciosas, pero, sobre todo, con un elenco de actores inigualables: lecciones inglesas en todo su esplendor, empezando por la gran Thompson, infatigable, esplendorosa en toda edad y en todo libreto, y con un gran Matthew Goode.
Es este Goode un actor interesante, e infravalorado. Provisto de una escuálida elegancia, revierte a la cámara gran carisma. Ya lo pareció en aquella «Al sur de Granada» y aquí se ha echado a las espaldas una película de difícil elaboración.
Trata de una amistad que se va carcomiendo por una ambición que corroe a todos lo que tocan a su portador, una especie de «Teorema» de Pasolini con Goode haciendo de Terence Stamp, si es que eso es algo posible. La película es de una belleza inigualable, plena de sentimientos y marcada con el profundo estigma que sella el libro: la profunda decadencia del catolicismo romano y cómo su absoluta intolerancia va destruyendo a una familia entera.
El tesoro de la película es variado: no sólo por los actores, impecables, sino por la claridad con la que Jarrold va desgranando el desmoronamiento moral de los personajes, con la rapidez con la que la corrupción ética destruye a cada uno de los presentes sin la menor piedad. Y todo con sutileza, con elegancia, con ese marcado carácter inglés...
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