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Memoria histórica en la Comunidad: cosa de dos

M. MOREIRA

VALENCIA. La oportunista apertura del debate sobre la memoria histórica ha hecho aflorar sensibilidades encontradas y la engañosa impresión de que España todavía se divide en dos bandos. El particular protagonismo de la Comunidad Valenciana durante la Guerra Civil, pero también en sus prolegómenos y consecuencias ulteriores, disipa las dudas sobre la implicación tanto de republicanos como de nacionales en crímenes contra la Humanidad.

En la lista de represaliados de ambos bandos constan intelectuales de izquierdas, como el cartelista valenciano (y director general de Bellas Artes durante la II República) Josep Renau, pero también conservadores, como Andrés Révész, periodista, politólogo y escritor de origen húngaro que escribió más de un millar de artículos de la sección internacional del diario ABC, siendo uno de los pocos que entrevistaron a Albert Einstein cuando vino a España. Révész fue confinado e interrogado en la checa de la calle Carniceros de Valencia, donde también se encontraba el empresario Fernando García Berlanga, hermano del cineasta.

A lo largo y ancho de la Comunidad se conservan numerosos vestigios materiales e inmateriales de una época irrepetible, en la que Valencia fue por unos meses -desde el 7 de noviembre de 1936 hasta octubre de 1937- capital del Estado, centro neurálgico de la vida cultural española y también escenario de crudos enfrentamientos bélicos -como la Batalla de Viver o la del Ebro- y atentados contra la población civil.

Las checas; los refugios antiaéreos construidos a la carrera para proteger a la población de los bombardeos franquistas (que con la ayuda de Alemania e Italia acosaban a la población por tierra y aire); las iglesias y monasterios reconstruidos tras los incendios y saqueos de anarquistas incontrolados y los paredones de fusilamiento, son algunos de los lugares en cuyos cimientos todavía se escribe una parte esencial de la Historia de España.

ABC emprende un sintético recorrido por los lugares y acontecimientos de este periodo de los que fue testigo la Comunidad Valenciana.

I Congreso Intelectual Antifascista. Durante sus años como capital de la II República, Valencia se convirtió en una «pequeña Madrid» tras la llegada del presidente Manuel Azaña y el del Gobierno, Juan Negrín, así como el de miles de funcionarios y leales al Gobierno que huían del Frente y de los lugares ocupados por las tropas franquistas tras el golpe de Estado del 16 de julio del 36.

El 6 de noviembre, el Gobierno de la II República se trasladó a la capital del Turia, que vio enseguida duplicada y hasta triplicada su población. Allí se instalan las embajadas, el hemiciclo del Ayuntamiento se convierte en centro de reunión de las Cortes, y las obras del Museo del Prado se transportan desde Madrid para quedar protegidas en el Patriarca y las Torres de Serranos.

Checas. El periodista valenciano Francisco Agramunt ha investigado la existencia de todas las checas valencianas en las que los milicianos de partidos y sindicatos de izquierda torturaban a personas de derechas, católicas o simplemente sospechosas de serlo. Los crueles agentes republicanos Loreto Apellániz García y Cabeza de Plata contribuyeron a sembrar el terror en una red de checas entre las que destaca la del convento de Santa Úrsula (a espaldas de las Torres de Quart), por la que pasó el abogado Jesús María Domingo, destacado miembro de la Comunión Tradicionalista en Gandía, o el periodista, escritor y político Luis Lucía, fundador de la Derecha Regional valenciana. En la checa de Sorní fueron torturados, entre otros, el futuro abogado Jesús Sancho-Tello o el ginecólogo Carlos Guastavino, familiar del conocido arquitecto Rafael Guastavino.

Fusilamientos. En los cuarteles militares de Paterna y en la Rambleta del barrio de San Marcelino pasaron por el fusil a religiosos y pensadores de derechas. Posteriormente se hizo lo propio con sospechosos de republicanismo. Jóvenes soldados de la Escuela Popular de Guerra ejecutaron en la zona conocida como el «Picadero» de Paterna a monjas y sacerdotes -sobre todo entre septiembre de 1936 y los primeros meses de 1937-. Cerca de este emplazamiento, en el «Terrer», el ejército franquista llevó a cabo miles de juicios sumarísimos a partir de 1939 -en el Registro Civil de Paterna constan 2.250 actas de defunción, lo que no quiere decir que todos ellos estén enterrados en las fosas de su Cementerio municipal-. Los sentenciados de uno y otro bando eran trasladados, normalmente de madrugada, desde la cárcel Modelo -cuando el general Aranda ocupó Valencia se añadieron otros centros de reclusión como el monasterio de San Miguel de los Reyes, el de Monteolivete, las Torres de Quart o la misma Plaza de Toros-. Llegaban en carros, y por el camino algunos «tiraban papelitos» con su nombre y destino, para que quien lo encontrara avisase a su familia. Pocas veces ocurría así, pues era demasiado peligroso para el portador del mensaje.

Fosas: Son el principal frente de batalla abierto por los Foros por la Memoria de toda España, cada filial con sus peculiaridades. Mientras el juez Garzón pugna por exhumar los restos de García Lorca -en contra incluso de la voluntad de la familia del poeta-, en Valencia el Foro reclama que se investigue, eludiendo las excavaciones, el registro de víctimas directas de la represión franquista que se hallan enterradas en una parte de la fosa 7 del Cementerio Municipal de Valencia. También han llegado a un acuerdo con la Alcaldía para colocar una placa con la relación de fusilados en Paterna. Pero no hay que olvidar que, aunque en menor número, también en esas fosas comunes descansan los restos religiosos y otras víctimas inocentes asesinadas a manos del bando rojo.

Última reunión del Gobierno republicano. El 25 de febrero de 1939, el Gobierno de la II República, con Negrín como presidente, se instaló de forma secreta en una villa en las inmediaciones de Elda. Fue la llamada «posición Yuste», la última antes de partir al exilio.

Huida desde el Puerto de Alicante. La última bolsa de republicanos que intentaban huir hacia el exilio tras el triunfo de los nacionalistas, se dio cita el 1 de abril de 1939 en el Puerto de Alicante, donde estaba previsto que les recogiera el barco británico Stanbrook. Los que no pudieron embarcar fallecieron o fueron enviados a campos de concentración como el de Albatera o el del Campo de los Almendros (entre ellos estaba Max Aub).

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