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«El hermano de mi pareja me prostituyó»

Cuando Blanca —ese será el eufemismo con el que se camuflará a partir de ahora el verdadero nombre de la protagonista de estas páginas— llegó a España hace cinco años sólo le dieron una dirección: la del infierno. «Dejé a mi niña de dos años en Ecuador con su padre y compré un billete, hipotecando la casa, con el compromiso de devolver su importe en seis meses». Ese es el comienzo del relato de Blanca, sentada llorosa frente a la periodista en el Centro Integral de Mujeres de Madrid «Concepción Arenal», adonde acude para recibir asistencia psicológica desde que hace dos años dejó la prostitución.

Prostitución. El anatema que la casi treintañera Blanca nunca quiso invocar. Así, espetado a la cara, es como el «angelito» de su cuñado —«él se comprometió con su hermano, que era mi pareja, que me acogería en su casa de Madrid y me buscaría trabajo»—, le dio pasaporte a Halloween. «Me recogió con su mujer en Barajas. Me llevó a su casa. Y fueron pasando los días: yo veía que dormían de día y salían de noche. Nada me encajaba. Y de lo de buscarme trabajo, nada de nada».

El engaño de su cuñado

Hasta que el cuñado de marras le colocó frente a su destino, con revelación incluida: «Tú te tienes que dedicar a la prostitución, como hace mi mujer». De una tacada, se enteró de que su cuñado era un proxeneta, su mujer una prostituta y hasta la tía de ésta engrosaba también la nómina maldita. O sea, todo fue un engaño: el trabajo de empleada, el arraigo familiar... Si eso no es trata de blancas, que venga Dios y lo vea. Y vino y lo vio. Pero eso se contará más adelante. Por el momento, Blanca hace otra parada en las estaciones de su calvario: «Así empecé a prostituirme en la calle Montera, junto a otras compañeras que siempre me animaban a que no dejara la calle». ¿Y cómo convencían a Blanca de que siguiera vendiendo su cuerpo para seguir cebando el fatídico número de 600.000 mujeres que en España están sometidas a la esclavitud sexual? Pues muy fácil, la interlocutora de ABC llegó a creer que sin estudios no encontraría nunca un puesto de trabajo y, el argumento definitivo: «Con un sueldo “normal” —insistían las otras meretrices— no puedes ir a H&M todos los meses a comprarte pantalones». Quien cuenta su tragedia sabe que esos ingresos —la Fundación Alternativas habla de 125 euros al día de media, pero a repartir con los explotadores— no son, ni mucho menos, «fáciles de ganar», y además recuerda que «a mí ese dinero no me cundía, porque tenía que pagar copas, muchas salidas nocturnas, prestar a las compañeras...» Y menos mal que, afortunadamente, no cayó en la droga con la que acibaban sus noches las demás del gremio.

Pero se acostumbró a esa vida. Así, dos años y un billón de noches. Hasta que le presentaron al que hoy es su esposo y padre de su segundo hijo, un bebé de nueve meses que, con su sonrisa de leche, pasa de brazo en brazo por el centro municipal, cuyas psicólogas, abogadas y trabajadoras sociales le han visto nacer. Esa nueva pareja (de la otra no quiere ni oír hablar pues se ha dedicado a contar en su país el «trabajo» de su mujer) no sólo sabía de sus actividad denigrante sino que, incluso, la conoció cuando la ejercía. Pero no era su cliente, a diferencia del millón largo de hombres que en España frecuentan este tipo de servicios.

Y en esto bajó Dios y lo vio. Una trabajadora social, montada en una unidad móvil del Ayuntamiento de la capital, depositó en las manos de Blanca una tarjeta del centro «Concepción Arenal», donde un grupo de expertos se ofrecía a echar una mano a hetairas con ganas de cambiar de vida. Su nuevo marido le animaba a dejar ese oficio de lágrimas. «Pasé —relata— varias veces por aquí («Concepción Arenal», calle Tres Peces 32, Madrid) pero no me atrevía a entrar. Hasta que, movida por mi marido, lo hice». Bingo. Blanca rompió con su cuñado, aunque todavía tuvo que escuchar amenazas: «Mi hermano te quitará la niña y propalará por el pueblo que eres una p...»

Caer en la tentación

Con el teléfono de Dios en el bolsillo, consiguió un empleo de limpiadora y luego en Telepizza y Carrefour; y hoy está empleada en una residencia. El día en que se hace este reportaje, a Blanca le han dado permiso en el asilo para atender a ABC.

Todavía hoy, sus antiguas «colegas» la buscan —y eso que ha cambiado de móvil— para que se saque un sobresueldo «echando unas horitas». Y su marido la interroga cuando tarda por si «ha caído en la tentación». Ya saben, la tentación de comprar en H&M.

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