Queen rentabiliza su vuelta a la vida con un asalto a su colección de himnos
El globo Queen empieza a desinflarse. Primera evidencia: si hace tres años el Palau Sant Jordi se llenó hasta la bandera para jalear la existencia post-Freddy Mercury de la banda británica, un recinto a medio llenar fue todo lo que pudieron rascar Brian May ... y Roger Taylor en su regreso a Barcelona. Poco más de diez mil personas se atrevieron a reincidir y, pasando por alto la minucia de que Paul Rodgers no es Freddy Mercury, volvieron a comprobar de cerca cómo se agrieta uno de los repertorios más coreados de la historia del rock.
Se vio hace tres años y volvió a verse de nuevo anteanoche. Esto, en el fondo, no es más que mentira piadosa, un espejismo elevado a la enésima impotencia que se merienda cualquier tipo de inquietud creativa para dejarlo todo a expensas de la nostalgia y el mercadeo de recuerdos. Sólo un par de tibias citas al reciente «The Cosmos Rock» voltearon el rumbo de un concierto que, de espaldas al presente, fija la mirilla en la interminable ristra de himnos que la banda firmó en los 70 y los 80.
Abrieron con «Hammer To Fall» y «Tie Your Mother Down» y, a partir de ahí, todo vino rodado: versiones acorazadas de «Fat Bottom Girls», «Another One Bites The Dust», «I Want It All» y «I Want To Break Free», guiños al pasado de Rodgers al frente de Bad Company con «Seagull» y «All Right Now», excursiones acústicas para rescatar «Love Of My Life», un aparatoso tramo central en el que el Roger Taylor se adueñó del micrófono para cantar como buenamente pudo «I´m In Love With My Car» e «It´s A Kind Of Magic», agotadores exhibiciones de fuerza con musculosos solos de guitarra y batería...
Lástima que la voz enlatada de Mercury en «Bijou» y «Bohemian Rhapsody» acabase evidenciado lo absurdo y temerario de un montaje que pudo tener cierta gracia hace tres aos pero cuya credibilidad decrece a cada segundo que pasa. Y no, no es culpa de Rodgers, que al fin y al cabo se ajusta perfectamente a su condición de cantante postizo capaz de pasarse más de media hora en el banquillo sin rechistar. Es un problema de concepto y de credibiidad. «The Show Must Go On», sí, pero no a cualquier precio.
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