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La pájara de Rajoy

CONTRA todo pronóstico razonable, la derecha española se ha estancado en la crisis mientras el Gobierno se sacude la presión a base de fintas improvisadas y regates en corto, la especialidad en la que Zapatero es un artista. La oposición tenía al Gobierno contra las cuerdas de la crisis, asfixiado y exánime, con las ideas agotadas a los pocos meses de renovar el mandato, pero una cadena de vacilaciones, errores y titubeos le han hecho tropezar de nuevo consigo misma. El impulso de renovación y firmeza que significó el congreso de Valencia apenas le ha alcanzado unos meses al Partido Popular, en cuya cúpula cunde un cierto desaliento mientras se vuelven a registrar sacudidas de descontento interno. El liderazgo de Rajoy atraviesa otra vez momentos bajos, que en virtud de la teoría de los vasos comunicantes de nuestra política coinciden con una crecida moral de los socialistas, oxigenados por los movimientos del presidente. En apenas un tres semanas, el desconcierto se ha apoderado del PP.

Al amparo del desliz del «coñazo» -un resbalón más grave de lo que parece-, de la crisis con UPN en Navarra y de la visible pájara que atraviesa Rajoy, la disidencia interior ha movido pieza. La semana pasada, alrededor de un asunto de apariencia menor -el estatuto de Castilla-La Mancha y su enfoque particularista de los travases-, los diputados zaplanistas urdieron un conato de motín parlamentario. El tiro iba dirigido contra Dolores de Cospedal, la secretaria general que es también la candidata manchega. En el feudo aguirrista se han registrado asimismo ciertos despliegues tácticos en torno a Cajamadrid, y en algunas baronías territoriales se hace patente la inquietud por el agarrotamiento de la dirección nacional, bloqueada ante la ofensiva de activismo y propaganda de ZP. Por ahora se trata sólo de escarceos, tomas de temperatura, tanteos, pero resulta evidente que se está preparando una nueva batalla. La segunda vuelta del partido que el marianismo ganó en Valencia.

La pérdida de pulso de Rajoy es manifiesta. Lo fió todo a la inacción gubernamental ante los problemas de la economía, y no ha encontrado el modo de reaccionar a la inesperada salida en tromba de Zapatero. No tuvo más remedio que plegarse, aun con razonables reparos, al consenso con el plan financiero de Moncloa. Se ha agarrado a los presupuestos, que es un debate ortodoxo pero no llega a la calle. Le han faltado reflejos para reunirse con sus colegas europeos, y está sufriendo el ninguneo del Gobierno, de la banca, de los empresarios y hasta del navarro Miguel Sanz, que acaso juega a montar, como el cántabro Revilla, un partidito-bisagra.

El líder del PP necesita un éxito rápido para no quedar en fuera de juego. Los disidentes internos lo esperan en la gymkhana electoral de 2009. Galicia, País Vasco y Parlamento Europeo. Ésta última es la prueba decisiva: una ocasión propicia al voto de castigo y con Rosa Díez al acecho, convertida en la candidata elíptica de los críticos. Un Rajoy decidido a plantar cara puede incluso ganarle ese pulso a Zapatero, pero la cuestión está en que nadie sabe a día de hoy si en esa carrera aparecerá el rocoso estratega de Valencia o el derrengado cansino al que se le hacía un mundo ir al desfile.

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