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De la intachable levedad del escritor

El escritor Milan Uhde es viejo amigo de Kundera: desde 1952, dos años después de los hechos que pudieron costar la vida y encerró 14 años a un joven anticomunista. «Me da pena de que a un gran autor se le vea ahora por algo así». El uraño autor de «La insoportable levedad del ser» clama contra «mentiras» y habla hasta de «un atentado al escritor preparado con sospechosa perfección».

Su editor alemán sugiere que, «coincidiendo con su 80 cumpleaños», habría «servicios secretos interesados y ocupados en causarle perjuicio» y, en todo caso, para Michael Krüger, «mientras no haya una prueba firmada» por escrito, «creo a Kundera». Su editora en España, Beatriz de Moura, prefiere no expresarse aún: «Es mi amigo y no tengo su explicación».

La conjura no tiene mucho curso en Praga, donde prensa cultural y disidentes vagan entre el trauma, la comprensión y la indignación: «No fue forzado, fue voluntario a denunciar». Prokop Tomek, del Instituto de Historia Militar, afirma que en el documento «no hay prueba de manipulación», «probablemente ni siquiera hubiera aparecido», no estaba fichado por Kundera sino ligado a otro caso. La delación fue descubierta por Adam Hradílek, «estudiando los draconianos procesos contra 500 correos de la resistencia anticomunista». Consultó a Kundera por fax pero nunca fue respondido.

El escritor y viejo amigo Josef Skvorecký disputa el valor de informes de la policía política. Pero el portavoz del Instituto para el Estudio de los Totalitarismos (USTR) es taxativo: «No tenemos dudas sobre el curso de lo sucedido». El escritor Ívan Klima contemporiza: «Era muy joven y aquel tiempo era tan distinto...» Tras la guerra había enemigos, denunciarse no era tan raro.

«No era cazador de enemigos»

Kundera entró pronto en el partido; aunque no fue buen comunista, tampoco figuró entre los primeros expulsados de la Facultad de Cine. Fue más un «animoso constructor del socialismo» que un «cazador de sus enemigos», según Klima. «Hay que haber vivido esos regímenes», advierte el cubano Leonardo Padura, «y en aquel tiempo» se decía que «uno de cada tres sovieticos era, en uno u otro momento, acusado o acusador». «Las cosas no eran blancas o negras», dice el analista checo Jirí Pehe. La propia RDA «era extraña hasta a sí misma, imagínese a sus habitantes», agrega en Fráncfort Uwe Tellkamp, autor del impactante nuevo premio Alemán del Libro.

Sobre la exigencia de decencia, Leonardo Padura («Pasado perfecto») avisa con Salinger que «al escritor hay que leerlo pero no conocerlo». Pero no ve escándalo «si resulta que al que denunció era un espía». Como otros sondeados en Fráncfort, denuncia la avidez mediática por todo desliz innoble. Pero la scout y traductora del éxito de Jaume Cabré, Kirsten Brandt, dice intentar «separar la literatura de la actitud, es un deseo racional pero a veces no puedo. Por ejemplo con Peter Handke». Para Josep Maria Espinàs, el escritor responde por su obra y el ciudadano por su comportamiento.

Ignacio Olmos, director del Cervantes de Fráncfort, convoca al chileno Carlos Franz y al cubano Leonardo Padura, provenientes de países con experiencia policial, a hablar. A Franz («El desierto») no le extraña la conmoción social, «tras la ilustración el autor se convierte en guía social» y cita el caso de Byron: «Si sales a la palestra, te pueden cortar la cabeza». Pero avisa contra la tendencia de «pretender ser jueces desde el futuro» de una situación pasada y ahora más obvia.

Para Juan Cerezo, de Tusquets, que edita a Kundera en España, es «difícil opinar en abstracto de algo que toca a un escritor nuestro». Para Beatriz de Moura, los intelectuales hoy tendrían «poco que decir», han «perdido su papel conductor, de interpretar el mundo, sólo quieren ser creadores», en lo que coinciden la escritora búlgara Penka Angelova («Canetti») y la portugesa Filipa Melo («Éste es mi cuerpo»).

Se escapa de todo compromiso, pero el público es ambiguo: «No quiere escuchar a los intelectuales. Pero como hay carencia de mecanismos para pensar las cosas, se proyecta esa necesidad sobre los ídolos mediáticos», dice De Moura. Espinàs sostiene que «los escritores no deben ser nada particular, estoy contra este dogmatismo simplificador». No hay un modo único de ser escritor, pero ¿persona? El catalán más veterano de Fráncfort reconoce que hoy un escritor, «como toda figura, es un modelo. Lo son los futbolistas cuando escupen al suelo» y si no «que se retiren de los focos como Gracq».

Günter Grass, que no arrecia en sus juicios pese a la horma encontrada el pasado año, llega culpando de la crisis actual a los políticos y medios de comunicación «hipócritas», que defendían «aquellas sandeces del neoliberalismo». Franz, que conoce Centroeuropa, ve tras la actitud de Grass un largo complejo de culpa. Del moralista impenitente se dice que exige siempre una valentía de otros que él mismo no tenía. Pero, como recuerda en Praga el veterano observador de la cultura checa, Karl Peter Schwartz, «Kundera ha sido todo menos una instancia moral».

Ignacio Ramonet («Monde Diplomatique») asume una tendencia por la que, «primero los políticos y ahora los escritores, son la mujer del César» al revés, «además de parecer decentes tienen que serlo» y ve ahí la reacción ante Grass. Para Rodrigo Zuleta, recuerda lo de Sontag a García Márquez: nadie le pedía que hablara de Cuba pero, si lo hacía, debía responder de sus palabras. Sobre si varía el pecado con la ideología, Ramonet cree que sí: «Con el nazismo se sigue siendo intransigente, no hay prescripción, como con terrorismo o pedofilia». Pero con el socialismo, pronto se ningunea como caza de brujas. «Depende también de la fama. En España ha habido torturadores y hay consenso en no removerlo».

Kundera no tiene el Nobel

Anselm Kiefer, premio de los Libreros 2008 , era vecino de Martin Heidegger, pero del filósofo de «Ser y tiempo», adscrito al partido nazi, reconoce sin ambages que «su obra me ha acompañado y me acompaña». Franz cuenta con que el «80% de los literati se sienten de izquierda» y posiciones, incluso de mera opinión como Vargas Llosa, no se toleran, «aunque yo lo he visto siempre consecuente en decir claro lo que piensa». El autor de «La vida está en otra parte» sería, para Padura, uno de los que «más han hecho para desmontar la izquierda» y, aunque Kundera es ya un consagrado, fue arduo para algunos de encajar y no ha recibido el Nobel. Al margen quedan el drama personal y, en Praga, queda Íva Militká, la amiga de Kundera en cuya habitación apareció la policía a detener al «ilegal». Pensó siempre que había sido error suyo: «El pensamiento de la culpa con el que he vivido tantos años ha sido horrible». Para algún otro, no.

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