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Los «Nativos digitales»

NUESTROS escolares son auténticos hijos de su tiempo y por lo tanto responden a esa denominación de «nativos digitales», ciudadanos para los que la convivencia instrumental con las nuevas tecnologías constituye algo tan natural como imprescindible y cuyo manejo responde tanto al aprendizaje como a la propia intuición.

En este curso 2008-09 que acaba de comenzar se han incorporado a la Enseñanza en Régimen General no universitario 193.325 alumnos (un 2,7 por ciento más de lo que había el curso pasado) y todos ellos sin práctica excepción van a comenzar desde la infancia a ser usuarios de las nuevas tecnologías, internautas, navegantes por la inmensidad de la Red. Dispondrán en poco tiempo de las mayores habilidades y convertirán su computador en un interlocutor móvil, personal e imprescindible que les habrá de servir para casi todo: comunicarse, entretenerse, cultivar las relaciones sociales y amicales, acceder a servicios y acrecentar sus conocimientos. A través de la pantalla del ordenador verán seguramente la TV, lo utilizarán como teléfono y audio y dispondrán del don de la ubicuidad.

La tecnología hará a estos «nativos digitales» que en estas semanas se incorporan a la Enseñanza más poderosos y versátiles que a los de generaciones anteriores y vivirán en un mundo más abierto, sin fronteras, lleno de virtualidades. La gran cuestión es si esta inédita frontera de las nuevas tecnologías garantizará o no sus derechos de privacidad en los términos que la ley orgánica de Protección de Datos prevé en cumplimiento del mandato constitucional. En la Agencia Española de Protección de Datos contemplamos las nuevas tecnologías en su doble dimensión: como oportunidad inmensa, pero también como problema. Y a la Agencia corresponde cohonestar que el desarrollo tecnológico sea compatible con la preservación de la privacidad. La única forma de lograrlo es introduciendo de manera progresiva una nueva cultura simultánea al imparable dinamismo que plantean las nuevas tecnologías. Se trata de una cultura de prudencia, de contención, de consciencia y conciencia de los riesgos que entraña esa formidable transparencia tecnológica.

Los niños son los objetivos más vulnerables tanto frente a los que, ilegalmente, tratan de hacerse con datos personales y familiares, como de los que preconizan que en la Red vale todo, incluida la falta de respeto a la Propiedad Intelectual. Los padres han de ser conscientes de sus derechos: los menores de 14 años necesitan de su consentimiento para el tratamiento de sus datos; los menores no pueden ser requeridos a facilitar datos familiares que no sean los estrictamente necesarios para mantener la imprescindible relación con el entorno del alumno. Por otra parte, aquellos que traten los datos de los niños deben comunicarse con él de manera accesible para su mejor comprensión, tienen que identificarse y ofrecer todo tipo de explicaciones sobre la utilización de los datos que debe ser siempre proporcional y con un sentido finalista claro y taxativo.

Los ámbitos en los que los menores deben ser protegidos de la depredación de su intimidad es el propio centro escolar en su función de aprendizaje digital; también su hogar cuando navegan por la red -los padres deben acompañarles en esa travesía marcándoles las pautas para hacerlo con seguridad-. Por supuesto, hay que tener especial cuidado en entornos determinados tales como los chats, foros o redes sociales y algunos tipos de video-juegos. Sin perjuicio del respeto a la vida privada del menor -que le es debido-, padres, profesores y tutores deben procurar que los niños accedan a internet de modo personalizado y con cuentas de usuario limitadas o restringidas pudiéndose utilizar para la navegación software de filtrado de páginas de contenido inadecuado y que permita la elaboración de informes de actividad de sitios visitados. Hagamos una advertencia: la monitorización del ordenador del menor, el uso de la videovigilancia o la geolocalización mediante el móvil son soluciones extremas que deben utilizarse cuando resulte imprescindible y teniendo en cuenta la proporcionalidad de la medida. En definitiva: enfrentarse a internet requiere de un proceso educativo basado en la prudencia y en el respeto a sí mismo y a los demás.

En internet no todo el mundo es quien dice ser; jamás deben proporcionarse datos -por ejemplo, la dirección- sin garantías plenas y nunca a desconocidos; debe evitarse el uso del nombre real y descargarse programas desconocidos o sin referencias suficientes. En resumen, hay que mantener ante el extraordinario fenómeno de internet una actitud vigilante, al mismo nivel de alerta que la acechanza de tantos desaprensivos que han convertido la Red en un territorio inseguro y agresivo para la intimidad personal y familiar. En realidad, el gran reto contemporáneo es el restablecimiento del equilibrio en la ecuación libertad-seguridad. Tenemos derecho a ser libres, pero también a estar seguros y ambos derechos han de entrar en sinergia para que el resultado resulte óptimo. Si este equilibrio de valores es preciso en todos los ámbitos, se hace acuciantemente necesario en la utilización, especialmente por los menores, de las nuevas tecnologías. Se trata de un desafío apasionante que debe encararse desde la primera fase: la iniciación escolar. Por eso, ahora, cuando doscientos mil nativos digitales comienzan su aprendizaje en la Enseñanza de Régimen General, conviene la advertencia de cautela desde una instancia que como la Agencia Española de Protección de Datos tiene como objetivo esencial la tutela de derechos de los ciudadanos.

(*) Director de la Agencia Española de Protección de Datos

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