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Poco que celebrar en Guinea Ecuatorial

Poco que celebrar en Guinea Ecuatorial

Puede que no haya colonialismo bueno. Pero España dejó Guinea Ecuatorial hace hoy cuarenta años en unas condiciones que las dictaduras de Francisco Macías, primero, y la de su sobrino Teodoro Obiang, después, no han sino envilecido. Poco que celebrar el día de la independencia.

Cuarenta años de desolación. Cuarenta años de sufrimiento. Cuarenta años de pillaje. Es fácil, y demasiado triste, resumir en qué han consistido estos cuarenta años desde que el 12 de octubre de 1968 Francisco Macías proclamó la independencia de Guinea Ecuatorial. Sus 36.716 votos frente a los 31.941 que atrajo Edmundo Bosio, de la Unión Bubi, le permitieron a Macías, que se había presentado como “defensor del pueblo e hizo campaña anticolonial, aunque durante su estancia en el gobierno autónomo se vanagloriaba de su colaboración estrecha con la metrópoli” –relata José Luis Cortés López en su “Historia contemporánea de África”-, hacerse con todo el poder, aunque nadie imaginaba que este autoproclamado «marxista hitleriano» iba a iniciar una horrenda dictadura. Da una idea Randall Fegley en su libro «Guinea Ecuatorial: una tragedia africana», la «mejor historia de Guinea, al menos en inglés», para John Bennett, uno de los más críticos embajadores que Estados Unidos tuvo en Malabo: «Hacia 1978 el método más común de ejecución era aplastar el cráneo con una barra de hierro. El condenado debía tumbarse, con la cara mirando al suelo. Su cabeza era golpeada hasta que era convertida en pulpa». Entre quienes más disfrutaban de ese «espectáculo» figuraba el jefe de seguridad del régimen, el teniente coronel Teodoro Obiang, sobrino de Macías, que en el «golpe de libertad», en agosto de 1979, le derrocó. La ejecución de su tío abrió las puertas a una nueva dictadura, menos sanguinaria, pero no menos despiadada, que todavía se mantiene, ahora bañada por el hallazgo de ingentes yacimientos de oro negro que no han hecho sino reforzar a Obiang, su familia y su camarilla, en detrimento de un país poblado por medio millón de habitantes cuyas cotas de alfabetización, acceso a la sanidad y nivel de vida son hoy peores que hace cuarenta años, bajo el sistema colonial.

¿Qué legado dejó España en su única colonia en África negra, el único reducto que, a pesar de los pesares, sigue hablando español? ¿Cómo resumir estos cuarenta años de independencia? ¿Qué política ha hecho España? ¿Es posible implantar la democracia con Obiang y su clan en el poder? ¿Es Guinea Ecuatorial el ejemplo más palmario de la maldición de los recursos? «Guinea podía haber sido el foco de difusión del español en África», dice Gerardo González Calvo, ex redactor jefe de la revista «Mundo Negro». «España se amilanó con Macías y se acobardó con Obiang, que se echó primero en los brazos de Francia y después, ahora, de Estados Unidos, que ha tenido siempre un buen olfato para el petróleo. La política exterior española con Guinea Ecuatorial ha sido nefasta. Ni aposta. Los tejemanejes con Severo Moto han sido de sainete malo. ¡Qué paradoja! España con la dictadura le dio a Guinea Ecuatorial un régimen democrático y con la democracia ha apuntalado su política opresora. Lo que me sorprende es que el pueblo ecuatoguineano, vapuleado, humillado, desangrado, siga mirando a España como su tabla de salvación. Dice mucho en su favor, pero a España la deja como a una madrastra muy perversa, además de fatua».

Para John Bennett, «los ciudadanos de Guinea Ecuatorial deberían ser calurosamente felicitados en el 40 aniversario de su país. Han demostrado una increíble capacidad de resistencia. La historia de Guinea tras cuatro décadas de independencia es de una profunda tristeza. Desde uno de los más prometedores inicios de entre todas las naciones que lograron la independencia en África en los años sesenta del siglo pasado, sus gentes han sufrido dos de los peores gobiernos de la historia contemporánea. Los miles y miles de millones de dólares producto de la agricultura y el petróleo se los han embolsado la familia y el círculo de Obiang. La riqueza económica del país —y los recursos de generaciones futuras— ha sido, de hecho, privatizada. Como resultado de 40 años de cleptomanía, la mayoría de la población está hoy relativamente menos educada, su salud es peor y son más pobres que en la hora de la independencia». Bennett cree que la comunidad internacional debería someter al régimen de Obiang a la misma presión que la dictadura de Robert Mugabe en Zimbabue.

Silencio de Malabo

Mientras Malabo, y la probada incompetencia de su embajada en Madrid, optaron por el silencio a las preguntas de este diario, Marisé Castro, de Amnistía Internacional, señala que a pesar de algunos pequeños avances, «la situación de los derechos humanos en Guinea Ecuatorial continúa a ser preocupante. Esos avances han sido sobre todo cosméticos. Para que la situación mejore realmente, es preciso que los cambios sean profundos e institucionales. Se necesita una reforma profunda del sistema judicial, que incluya a las fuerzas de seguridad, y una separación de poderes para garantizar la independencia del sistema judicial».

«Son 40 años de frustración. Nuestros padres exigieron la independencia para que pudiéramos realizar los anhelos de libertad y desarrollo, y sólo hemos padecido opresión y miseria». Son palabras de Donato Ndongo-Bidyogo, autor de novelas como «Los poderes de la tempestad» y ensayos como «Historia y tragedia de Guinea Ecuatorial». La misma palabra, «frustración», la emplea Amancio Nsé, secretario de Organización y Coordinación Administrativa de Convergencia para la Democracia Social (CPDS) , el más digno partido de la oposición guineana, con un heroico diputado en el Parlamento, para hablar de un país cuya «debilidad institucional, en el mundo entero, sólo la supera Somalia». Para Nsé, que sufrió en sus carnes los rigores de la cárcel de Black Beach, pero aguanta en Guinea, «los guineanos querían vivir como los blancos (vivir muy bien, aparentemente sin hacer nada); y creían que ocupando el lugar de los blancos en la sociedad tendrían las mismas comodidades». Desde el exilio, como Ndongo-Bidyogo, el portavoz del Movimiento para la Independencia de la Isla de Bioko (MAIB), Humberto Riochí, estos cuarenta años de independencia han sido «catastróficos» con «regresión en todos los ámbitos de la vida nacional».

«Le non pays»

Un diplomático europeo enamorado del continente, que cree que «España en África colonizó razonablemente bien y descolonizó rematadamente mal», recuerda cómo muchos vecinos ven a Guinea: «Le non pays» (el país inexistente). Para él, «la celebración de hoy puede muy bien calificarse de celebración de la nada. El petróleo nada tiene que ver con la miseria de Guinea, sino la conjunción criminal del Clan de Mongomo [la camarilla de Obiang] y la tolerancia internacional. La democracia, con Obiang y sus gentes, es una mera palabra cuatrisílaba sin sentido alguno».

El historiador Gustau Nerín, autor de libros como «Guinea española: descolonización paradójica», «el colonialismo, en Guinea, como en cualquier otra parte del mundo, consistió en un mecanismo de dominación de un colectivo sobre otro. Y la única forma de mantener esta dominación era la violencia, porque los pueblos colonizados se resisten a ser sometidos. La colonización española en Guinea no fue excepcional: hubo escaramuzas, amenazas, torturas, desplazamientos de poblaciones en masa, prisiones injustas, trabajos forzados, confiscaciones de tierras... No hay ningún motivo por el que tener nostalgia del colonialismo. Europa exportó a África sus peores prácticas políticas; España, que durante mucho tiempo tuvo regímenes autoritarios en la misma metrópolis, en la Guinea Española actuó de forma tiránica».

Visión diametralmente opuesta la ofrece otro historiador, José Menéndez Hernández: «La colonización de la Guinea Ecuatorial fue modélica, ejemplar. Los logros sanitarios fueron sorprendentes. La educación, inmejorable. En Guinea no había analfabetos. Por desgracia, el esfuerzo gigantesco de casi dos siglos se arrojó por la borda en pocos meses, como hago constar en mi libro «Los últimos de Guinea», donde constato el fracaso de la descolonización. Si Guinea producía por los años sesenta del pasado siglo 500.000 toneladas de cacao de inmejorable calidad, en 1979, al ejecutar a Macías, sólo se habían logrado 8.000 toneladas. Todavía no se ha recuperado la nación de aquel trauma...».

Javier Sangro, actual embajador de España en Malabo, piensa que «especialmente desde 1979, hubiera debido de implicarse más, siempre con absoluto respeto a la soberanía ecuatoguineana, en el proceso de desarrollo del país. El ecuatoguineano lo siente así también y lamenta mucho que no lo hiciéramos. Siendo esencialmente africano, quiere profundamente a España, cuyo proceso político desde el franquismo hasta la fecha considera modélico, siente su raíz hispana como una seña de identidad y un referente frente a los países francófonos vecinos, productores de petróleo, que hasta el descubrimiento de éste y del gas en Guinea, la consideraban como un pariente menor, retrasado e inculto. Se siente huérfana de España».

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