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Un dudoso mérito

Al otorgar el pasaporte español a los cerca de mil supervivientes de las Brigadas Internacionales sin necesidad de que renuncien a su nacionalidad, el Gobierno de Zapatero cerró ayer, sin quererlo, una deuda histórica de la República con los más de 35.000 voluntarios de cincuenta países que vinieron a luchar en el bando republicano en la Guerra Civil. Tal deuda era la de devolverles, aunque fuera simbólicamente, el pasaporte que les fue arrebatado por las autoridades republicanas hace setenta años, cuando entraron en España, para que ya no pudieran salir de ella sino con los pies por delante.

«Sólo la muerte hará que esto termine para vosotros», les decía entonces el comisario político John Gates a sus hombres de la XV Brigada Internacional.

Convertida la zona republicana en una cárcel para los voluntarios extranjeros, muchos de ellos se las ingeniaron para salir de España de forma clandestina en cuanto descubrieron que combatir del lado del Frente Popular significa perder su libertad.

Llevados al frente sin apenas instrucción, peor armados y nefastamente comandados por oficiales cuyo único mérito era la antigüedad de su carné del partido comunista, miles de ellos se sintieron muy pronto utilizados como carne de cañón y como propaganda andante de Stalin.

El hecho de no contar con su pasaporte para salir de España, forzó a muchos «internacionales» a encontrar refugio en los consulados de sus países para volver a su tierra. Otros se embarcaban como polizones en los puertos de Barcelona o Valencia. El escritor John Dos Passos recordaba haber ayudado a un brigadista a cruzar la frontera con Francia, escondiéndolo en su coche.

El presidio albaceteño

El ministro de Estado republicano, Álvarez del Vayo, le advertía al poeta británico Stephen Spender que el Gobierno no podía consentir «los malos efectos que tenía en la moral permitir que los voluntarios que habían ido a España ser marcharan cuando quisieran».

Spender había llegado a nuestro país a rescatar precisamente a un antiguo amante, enrolado como brigadista, y que por intentar desertar había sido detenido en el «campo de reeducación» que las Brigadas Internacionales tenían en Albacete para los desertores, díscolos o sospechosos de desviacionismo político.

El presidio albaceteño, llamado «Camp Lukács», llegó a tener más de 4.000 brigadistas prisioneros, según informes enviados a Moscú por sus responsables. Es muy posible que cerca de su antiguo emplazamiento se encuentre una de las mayores fosas comunes de la contienda, con los restos de los centenares de «brigadistas» fusilados por sus mandos, entre ellos el célebre André Marty. La frecuencia de las ejecuciones sumarias en las Brigadas, tanto en retaguardia como en el frente, llegó a provocar la protesta de los Gobiernos extranjeros ante las autoridades republicanas.

Al otorgar ahora el pasaporte español a los veteranos brigadistas, por mérito no muy distinto al de los voluntarios alemanes e italianos que combatieron del lado de Franco, como es haber disparado contra españoles, en su gran mayoría gentes del pueblo, forzados a empuñar el fusil por ser de una quinta movilizada, el Gobierno de Zapatero da la última puntada al engaño propagandístico que los hilos de Stalin tejieron en España, sirviéndose de los brigadistas incluso en contra de su voluntad.

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