De la luminosa reconstrucción de Galdós, a los negros «fusilamientos» de Goya
Entre otras particularidades, el cine de Garci tiene una sorprendente: llega a la pantalla como un recluso nuevo a su celda, después de que le han examinado hasta el último pliegue y repulgo de su cuerpo y vestimenta. Llega, pues, «Sangre de mayo» a las ... salas cacheada de arriba a abajo. Su condición de «encargo» (¡de la Comunidad de Madrid!) ha precedido todos los comentarios sobre ella, incluido éste. Precedido y, en muchos casos, condicionado. Cicatrizaremos el asunto de modo venial: el cine llamado de encargo tiene tanta tradición como cualquier otro género y probablemente igual número de obras maestras.
«Sangre de mayo» tiene dos fundamentos, además del de su propio autor y guionista (junto a Horacio Valcárcel), el literario en Galdós y el visual en Goya. De hecho, podría decirse que la película empieza en el más descriptivo Galdós y termina en el más oscuro Goya... Aunque su final, final auténtico, ya bien destripado por el cacheo aludido, no es ni galdosiano ni goyesco, sino profundamente ideológico y entronca directamente con aquel majestuoso desenlace de «Cradle will rock», la película de Tim Robbins que trataba de la primera huelga de actores, de su montaje rebelde y de su coda final de la cámara sobre el actual Broadway...
La puerta de entrada a la película es literalmente de fábula: una voz en «off», la del propio Garci, describe aquel Madrid mientras que la cámara nos muestra «el escenario», unos fabulosos decorados casi a la altura de sus originales y levantados a (o sea, con) pulso por Gil Parrondo y atrapados por Félix Monti.
Una vez en el escenario, la película nos sube a lomos de Gabriel Araceli, el personaje de algunos de los «episodios» de Galdós, y con él recorreremos ese tramo de la Historia que desaguará en el levantamiento madrileño del 2 de mayo contra las tropas napoleónicas.
De las relaciones entre los personajes, de sus conversaciones en tabernas, en salones o plazuelas, de sus idas y venidas, enredos y enjuagues, el espectador recibe de modo muy sencillo, mezcla de la naturalidad y del naturalismo de esos personajes, todo el borujo de aquellos acontecimientos, de tal complejidad que aún hoy se discuten y bailan.
Es, pues, la película que precede a los hechos, pero narrada entre intimismos y conversaciones, con un tercio final en el que el cine de Garci, habitualmente ensimismado, calmoso, pensativo y transparente, ha de transformarse en otra cosa: más enérgico, confuso, airado, pero sin desorbitarse: es curioso, el modo en el que Garci rueda las batallas sin que la explosión de violencia anegue la pantalla..., o sea, se muestran con contundencia pero con un evidente sentido del pudor. La sangre no tapa la carne de los personajes, simplemente la mancha.
De la descripción, a la batalla; de los interiores, al exterior; de los personajes, a la acción; de la palabra, a los gritos; de Galdós, a Goya... Todos esos personajes que hemos ido conociendo, que han vivido y nos han contado los preámbulos, desembocan en el 2 de mayo, en su visual cita con el Goya oscuro. Hasta que empieza la batalla, «el francés» había permanecido en un segundo término, sin protagonismo ni presencia más allá de una mera y sutil amenaza (siempre al fondo, a caballo, las tropas francesas atraviesan el plano).
Y contra todo ese fondo, las figuras. Garci organiza un festín de personajes, un magnífico orfeón alrededor de la pareja protagonista, Gabriel e Inés, que suaviza el tono agrio de la fecha y la recubre de matiz romántico. Alrededor, tipos y retratos de una época: la cortesana intrigante, el «chispas» solidario, el fraile ilustrado, el buscón de cenas y canonjías, el avaro quevediano..., hasta un Godoy que va perdiendo lustre al tiempo que gana tersura el pueblo. Y es en este cuadro coral donde la película de Garci cobra su mayor altura y energía, con unas magníficas interpretaciones de su elenco, de Miguel Rellán, Manuel Galiana, Tina Sáinz, Enrique Villén, Manuel Tejada, Natalia Millán, Fernando Guillén (ambos), Carlos Larrañaga, Jorge Roelas... Quim Gutiérrez y Paula Echevarría están en el centro, son las figuras, la magnífica percha del drama dentro de la tragedia que recoge el cuadro de Goya y del que Garci nos regala un gran apunte previo.
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