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Democracia americana y crisis

LA gestión política de la grave crisis financiera que agita a las economías más fuerte del mundo es fiel reflejo de las profundas diferencias entre el sistema democrático americano y el europeo. De hecho, el rechazo por la Cámara de Representantes al proyecto de rescate patrocinado por Bush y aceptado por republicanos y demócratas exige ahora intensas negociaciones políticas, cuyo final es todavía incierto. En Europa -incluyendo, por supuesto a España- basta con el acuerdo de las cúpulas de los partidos para que una decisión pueda darse por definitiva. En cambio, los miembros del Congreso de los Estados Unidos (nombre conjunto del poder legislativo, integrado por el Senado y la Cámara de Representantes) se sienten más ligados con sus propias circunscripciones que con la disciplina de partido y provocan situaciones que demuestran la vitalidad de la democracia en la única superpotencia contemporánea. Basta recordar que el plan de Bush fue rechazo por una mayoría formada por 133 republicanos y 95 demócratas, es decir, 228 votos en contra frente a los 205 a favor. Lo más curioso es que el bicameralismo americano está desequilibrado en beneficio del Senado, pero resulta que es la Cámara Baja, aunque su peso político sea inferior, la que frena la propuesta presidencial provocando un derrumbe histórico en Wall Street.

Con independencia del resultado final de este proceso, la democracia sale ganando cuando los parlamentarios atienden directamente a los criterios de sus representados y no están al servicio exclusivo del interés partidista. Bush estuvo poco afortunado al dar por supuesto que bastaba el consenso de alto nivel para salvar el plan de choque diseñado por Paulson, sin preocuparse de asegurar uno por uno los apoyos políticos imprescindibles. Ahora se encuentra maniatado para hacer frente a una crisis que él mismo presentó en términos apocalípticos y que complica hasta límites insospechados sus últimos meses de mandato y la propia campaña electoral de cara al 4-N. La mentalidad «liberal» -en el sentido europeo del término, opuesto al que se utiliza en Estados Unidos- hace difícil que los ciudadanos acepten sin más las medidas intervencionistas, porque el mercado libre es el que da y quita razones de manera que no se acepta que el dinero público venga al rescate de los perdedores. Por eso, hace falta una notable labor pedagógica para explicar a la gente el carácter excepcional de la situación y convencer de ello a unos representantes muy pegados al terreno y a las necesidades de sus electores. Como es notorio, las cosas son más fáciles en Europa, con un sector público más fuerte y una larga tradición de protagonismo estatal en la vida económica. Es curioso que algunos medios hablen irónicamente de «los Estados Unidos de Francia» para describir la realidad de unas nacionalizaciones que chocan con una visión muy arraigada de las relaciones entre lo público y lo privado.

McCain y Obama tienen el deber inevitable de adaptar su mensaje electoral a las nuevas circunstancias en lugar de eludir los aspectos más conflictivos como hicieron en el debate reciente. Mientras, en Europa, Sarkozy convoca una cumbre para refundar el sistema financiero y evitar un efecto dominó en el continente de las quiebras bancarias americanas. Rodríguez Zapatero no ha sido convocado a París y estará ausente una vez más de los grandes foros de decisión internacional, a pesar de la fortaleza de la banca española. Es la consecuencia lamentable de una política exterior basada en tópicos absurdos que condena a nuestro país a una irrelevancia política que no se corresponde con el sólido prestigio de nuestras entidades financieras y grandes empresas. A diferencia de lo que sucede en Washington, nadie duda de que la decisión de los líderes en la cumbre de París será efectiva en sus respectivos parlamentos. El largo trecho que separa al modelo partitocrático de una democracia basada en las instituciones y los ciudadanos es una de las enseñanzas que deben extraerse de una crisis que no sólo amenaza los cimientos del mundo financiero, sino que afecta a la lógica del modelo democrático.

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