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Crédito insuficiente, perdonen las molestias

Se acabó el vino en la bacanal del crédito. Los años dorados en los que bancos y cajas se lanzaron a la carrera voraz de hacer negocio, a cualquier precio, de prestar dinero alegremente y repartir tarjetas de crédito como bonobuses. Los anuncios de dinero directo en 24 horas, dinero fresco para todos como en una fiesta. Dinero gratis. Se han acabado.

Las entidades financieras han cerrado el grifo «por si acaso». Por si acaso no se lo devuelven o por si lo necesitan ellas mismas si la crisis arrecia; la cuestión es que los bancos no prestan dinero. La falta de confianza ha estrangulado la manguera del dinero.

El impacto de la quiebra de Lehman Brothers en España «va a ser mínimo», en palabras del director general del Servicio de Estudios del Banco de España, José Luis Malo de Molina. Va a circunscribirse a los cerca de 300 millones de euros en activos tóxicos que tienen los fondos de algunos bancos españoles, según la CNMV.

Los daños materiales están cuantificados, controlados y cauterizados quirúrgicamente. Pero agazapado en la sombra hay un factor voluble e incontrolable y no es otro que el miedo. La desconfianza ha corroído las entrañas del sistema financiero y la globalización ha hecho el resto. El castillo de naipes comenzó a caerse con las hipotecas basura, pero este último capítulo es la puntilla.

Cada banco ha prestado a los demás durante mucho tiempo y la quiebra de uno sólo supone que la devolución de ese crédito va a ser cero. La caída de Lehman nos pilla lejos, pero amplifica la desconfianza hasta cotas infinitas. De hecho, los créditos concedidos por entidades financieras ya se habían contraído hasta el 7% en junio de este año, mientras que en el 2007 se situaron en cotas de crecimiento entorno al 17%.

El modelo de negocio está extenuado, el dinero repartido en mil pedazos, sin que -y ahí viene lo principal- hubiera algo que lo respaldara detrás. Detrás sólo había humo y cuando el humo se ha disipado, ha dejado al descubierto agujeros gordos. Inmensos como bancos con 158 años de antigüedad que no renacerán de sus cenizas porque éstas ya se las ha quedado otro mejor posicionado.

En España se agudiza

La crisis del «por si acaso» llevaba incubándose como un extra a la crisis financiera mundial. Es un síntoma propio de la economía española derivado de la concesión continuada de créditos hipotecarios que ha dejado nuestro sistema en una situación delicada. Un colapso de los mercados, y la consecuente sequía de liquidez, es lo peor que podía pasar en este momento porque las defensas están en su punto más bajo.

De nuevo el problema se centra en el sector de la construcción, ese gigante hambriento que se ha comido de todo en los últimos años y ha sorbido hasta la última gota de la financiación disponible en ventanilla. Había demanda y los bancos hicieron lo posible por dar oferta. Hasta tal punto que acudieron una y mil veces al interbancario para solicitar el dinero que prestaban a manos llenas a constructoras, inmobiliarias e hipotecas. El otro frente lo constituyeron los créditos al consumo y los préstamos personales.

La banca española atraviesa momentos difíciles, pero no tanto por la crisis financiera mundial como por la deuda contraída. La preocupación se centra ahora en el progresivo aumento de la morosidad de las empresas y el endeudamiento de las familias. Un préstamo sin retorno es un agujero en las cuentas.

Esta misma semana el Banco de España publicaba los datos de impago de los créditos concedidos por las entidades financieras españolas. Por primera vez en 10 años la cota supera el 2% en julio. En cuanto a los hogares españoles, la cifra no mejora. El número de familias que destinan más del 40% de sus ingresos mensuales a pagos financieros pasó en los cuatro primeros meses de este año del 47% al 63%, lo que acarrea una pérdida de poder adquisitivo, de por sí ya muy mermado por una inflación al 4,9% en agosto.

Efectos en la economía

En la economía real, los destrozos son innumerables. La revisión de las previsiones económicas no cesan y no es de extrañar. Trimestre a trimestre se ha ido desvelando el misterio del menguante crecimiento español y los pronósticos del Gobierno han pasado del 3,3%, al 2,3% y a un raquítico 1,6%. Con este panorama la recesión está más cerca de lo que nadie quiere admitir y la recuperación más lejos de lo que nadie sabe.

«Sin liquidez las empresas se ven forzadas a cancelar sus planes de investigación y expansión. Si eso suponía la contratación de 10 personas más, este segundo plan también se va al traste», explica Eduardo Martínez Abascal, profesor del IESE.

Pero de todos, la suspensión de pagos es el efecto más peligroso, porque tiene un letal efecto dominó. Si una empresa deja de pagar a otra, la segunda se queda en una situación comprometida. Debe recortar gastos y el punto más débil del eslabón son sus trabajadores. Llegan los despidos y el desempleo.

Es la pescadilla que se muerde la cola. El miedo a que la crisis empeore o a la pérdida del empleo frena el consumo, y las empresas de bienes o servicios, venden menos y aumentan sus pérdidas que mitigan recortando gastos. Entre contribuciones a la Seguridad Social y nóminas, el más costoso es la mano de obra. Todo esto degenera en más paro y menos consumo.

El frenazo en la actividad económica ha encontrado su máximo exponente en la construcción pero el eco en otras actividades también se ha dejado sentir. La industria del motor -que aporta un 5% al PIB español- ha perdido un 40% interanual de ventas en agosto.

Con los datos en la mano, las opciones de que el sector industrial releve al de la construcción se van diluyendo cada vez más y se convierten poco a poco en el milagro que no llega. El cierre del grifo del dinero apunta hacia un camino en el que la dependencia del crédito sea menor y crezca la del capital propio. Quizá ha llegado el momento de sacar lo poco o mucho que haya debajo del colchón o dentro del cerdito.

El interbancario cuelga el cartel de cerrado sine díe

El endurecimiento de la crisis financiera encuentra su máximo exponente en el precio del dinero que los bancos fijan para sus transacciones internas. Se trata del euríbor, en el caso de la eurozona, y del líbor, si se habla del mercado de capitales de Londres. Los expertos creen que ninguno de los dos va a bajar a corto plazo. De hecho, varios analistas han coincidido en señalar que la falta de liquidez podría llevar a los bancos a aprovechar este margen para financiar su deuda. El viernes, el tipo de referencia de la mayoría de las hipotecas de nuestro país cerraba en el 5,41%, más de un punto por encima del precio oficial del dinero fijado por el Banco Central Europeo, y pese a todo no hay visos de bajada.

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