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Superstar Damien Hirst que estás en los cielos

La jugada ha sido maestra. Cuatro de las personas más influyentes del mundo del arte, según la revista «Art Review», han armado la marimorena. El número uno de esa lista este año, Damien Hirst, se ha encumbrado en los altares artísticos, con el apoyo de Larry Gagosian, su marchante en Estados Unidos; Jay Joplin, propietario de la galería White Cube de Londres, que le representa, y Steve Lohen, el coleccionista que le compró su célebre escualo en formol -hubo que reponerlo, pues se descompuso a los pocos años- por 9 millones de dólares. Al avispado cuarteto se ha sumado una de las históricas salas de subastas, Sotheby´s, que desplegó todo su poderío y puso la alfombra roja -catálogo de gran lujo incluido- a los pies de Damien Superstar. Los ingredientes estaban servidos para que el chico de Bristol (tiene 43 años) se diese un auténtico baño de oro (y de masas): en 24 horas su ya abultada cuenta corriente engordó 140,5 millones de euros gracias a la macrosubasta de 223 obras suyas: una antológica en toda regla en la que se saltó las reglas del juego: eludió pasar por las galerías para hacer caja sin pagar las pertinentes comisiones.

Pero es que de saltarse las reglas Damien Hirst sabe mucho. Se las saltó cuando fue arrestado dos veces por robo, cuando vivía días de drogas y alcohol junto a su gran amigo Joe Strummer -ex líder de The Clash, fallecido en 2002-, cuando le expulsaban de los clubes más selectos por sus continuos excesos... Siempre le ha gustado provocar: con sus palabras (le atribuyen frases como «Es increíble lo que se puede hacer con un suspenso en arte en Selectividad, una imaginación retorcida y una motosierra»), con sus actos (cuentan que se colocó un cigarrillo en el pene delante de unos periodistas) y con sus obras (animales preservados en formol; a veces diseccionados; otras recubiertos con oro, como el becerro por el que se ha pagado 13 millones de euros). La provocación en estado puro.

Hijo de un vendedor de coches, llegó a trabajar en un depósito de cadáveres -Freud vería ahí su fascinación por la muerte-. En el Goldsmith College de Londres se topó con un puñado de «chicos malos» (los hermanos Chapman, Tracey Emin, Chris Ofili, Rachel Whiteread, Sarah Lucas...), los YBA -«Young British Artist»-, y el destino quiso que se cruzara en su camino el publicista y coleccionista de arte Carles Saatchi, que se convirtió en su principal valedor, hasta que rompieron relaciones. Desde entonces, su ascenso ha sido vertiginoso: Bienal de Venecia, premio Turner -galardona a chicos malos-, la portada de «Time», ventas millonarias gracias a un márketing perfecto... Si Warhol y Dalí lo hicieron, ¿por qué él iba a ser menos?

Creó un emporio con un puñado de estudios (120 personas trabajan para él dando forma a las obras que su retorcida mente concibe). Producción en cadena de donde salen sus vitrinas de píldoras, sus cuadros de puntos multicolores, sus mariposas y vitrinas de animales en formol... a los que da títulos tan sugerentes como «La imposibilidad física de la muerte en la mente de algo vivo» o «Por el amor de Dios». Así bautizó a una de sus últimas «gamberradas»: recubrió una calavera con 8.601 diamantes de más de 1.100 quilates. Se vendió por 74 millones de euros a un grupo de inversión, en el que, al parecer, está el propio Hirst. Siempre ha planeado sobre él y su entorno la sombra de comprar obra para aumentar su cotización. Pero hay más sombras. Muchos le detestan. Es el caso del mordaz crítico Robert Hughes, que tacha su obra de «vulgar y absurda». Y más sombras: ¿Es casualidad que la subasta se celebrase días antes de Frieze o se ha reventado el mercado para condicionar la feria británica? Esta macrooperación de márketing recuerda a la que se ha gestado hace unos días en Versalles entre Jeff Koons, Jean-Jacques Aillagon y François Pinault. Demasiadas dudas se ciernen sobre el mercado y su credibilidad.

Pero el demonio Hirst parece que se ha tornado en ángel. ¿Habrá vencido Hyde a Jeckyll? Casado con Maia y padre de tres hijos (Connor, Cassius y Cyrus), con quienes vive en una casa de campo en Gloucestershire (una de las cerca de cuarenta propiedades que tiene), colabora con algunas entidades benéficas, como la Fundación Melinda y Bill Gates. Todo muy idílico. Los mil millones de dólares en que se calcula su fortuna han logrado redimir al chico más malo del arte.

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