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España no es país para insultos

España no es país para insultos

Ayer por la tarde estaba previsto que Javier Bardem presentara en Manhattan su película «Invisibles», la primera que él produce y donde junta a directores como Wim Wenders, Isabel Coixet o Fernando León de Aranoa para tocar la crisis humanitaria del Congo. Por la mañana se canceló su presencia por «circunstancias imprevistas» que hasta los menos malpensados del lugar relacionaron inmediatamente con su entrevista del día antes en «The New York Times», donde ponía a parir a la «panda de imbéciles» que a su juicio hay en España.

El domingo 7 de septiembre fue un día mediáticamente grande para Bardem. Se ocuparon de él los dos mayores periódicos norteamericanos. «The Washington Post» publicaba otra entrevista que rebosaba admiración por la solidaria cara oculta del ganador de un Oscar. «Bardem apunta los focos al sufrimiento humano», titulaban, contando cómo el actor español de moda pasó hace años una temporada en el Congo con Médicos sin Fronteras. Buscaba inspiración para un papel y se encontró con lo inolvidable de su propia insignificancia. «Dije: ¿y yo qué puedo hacer? Y ellos me preguntaron: ¿puedes curar, eres médico o por lo menos enfermero?», recuerda.

Se sintió tan mal que no paró hasta dejar de ser un inútil. Puso su estrellato a la disposición de los más olvidados. Ofreció su apoyo financiero y publicitario a varios directores para que sajaran la conciencia del mundo. Se alió con Enoughproject, una potencia humanitaria norteamericana, que ayer lo tenía todo preparado para llamar la atención y recaudar fondos.

Esto por lo que se refiere al doctor Jekyll. Por desgracia, la entrevista a «The New York Times» la había concedido míster Hyde. Un Bardem lenguaraz y frívolo, empalmando modelito tras modelito ante la cámara atónita. Aunque más atónita quedaría la periodista al oírle quejarse de que en España muchos le miran mal y le acusan de haberse vendido (bien barato, ya que sería al dólar) después de entrar en la rueda de los Oscar. «Te dan ganas de decir, ya vale, panda de imbéciles», se sincera el actor. Quien se queja de que «el Oscar a ti te cambia un poco, pero a los que te rodean les cambia tremendamente», y reivindica que él se sigue considerando «el mismo tío estúpido y limitado de siempre».

Etcétera. Ahondando en el contexto se aprecia que a Bardem se le calentó la boca más que la mala intención y que en el fondo respira por una herida previsible: quizás es mucho pedir que cierto público acostumbrado a verle en manifestaciones contra la guerra de Irak y diciendo pestes de Estados Unidos. no se extrañe de su éxito en Hollywood.

Los más sensatos recuerdan la gran verdad oculta: ¿quién dijo que un actor tiene que ser fino analista de nada, o simplemente inteligente? Despojados de guión, muchos de ellos devienen personas peligrosamente normales y corrientes. Lo triste en este caso es que la metedura de pata en «The New York Times» haya deslucido tanto la presentación manhattanita de «Invisibles», un hermoso proyecto que no merecía peligrar por la mala cabeza y peor lengua de su promotor. Está previsto un nuevo pase mañana miércoles en la ciudad de Washington. ¿Asistirá esta vez Bardem? ¿O seguirán bajando demasiado turbias las aguas? Además ya se sabe quién al final tiene la culpa de todo: ¡la prensa!

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