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León se llamaba el padre

PARECE un mal chiste, pero la realidad, visto lo visto por donde dispara el leonesismo hagiográfico, se acompasa fieramente con el esperpento político. En mi pueblo, el célebre dicho de José se llamaba el padre, con toda la retahíla en formica que sigue, tuvo una feliz independencia local que podían adoptar sin ningún problema la UPL y el PSOEL -es decir, socialistas L sin la C de Castilla-, que pasó al imaginario popular como una tomadura de pelo reciclada: León se llamaba el padre, Leona la mujer, el hijo que tenían Leonín también, y a los nietos, toditos todos, leoncitos y leoncitas requetetambién.

Total, que la reserva felina se vino abajo estrepitosamente cuando el casta del señor Sóstenes exclamó un día en la plaza al ver en fila india desfilar al clan en perfecta formación: «A tanto león junto una de dos: o le sobra jaula o fiereza».

Pues eso mismo. El señor Alcalde de León, el socialista Francisco Fernández, al parecer, se ha propuesto que el chiste palidezca, haciendo de la jaula una nación y de la fiereza un eslogan: leonizar hasta la ocurrencia. Lo cual resulta facilísimo para un socialista filológico como él porque las palabras no significan lo que es la norma de la calle y lo que el diccionario ratifica, sino lo que dicta su particular contingencia: Cogito, ergo paro. O sea la parida como pensamiento. Y esta incluso hasta se socializa.

ZP es el gran maestro de este pasacalle. Francisco Fernández es tan solo el ovillejo de una vulgar patriotería: León se llamaba el padre, Leona la mujer...

En tan sólo una semana, la pasada, el señor Fernández -ignoro cómo se pronunciará o cómo se escribirá su apellido en lleunés, y lamento mi ignorancia de castellano primitivo- se ha lanzado a la piscina del patronazgo nacionalista: ha exigido de una atacada grupo propio en las Cortes regionales, y ha empezado a bautizar, como Colón en el Nuevo Mundo, hasta los estadios de fútbol. Por ahora, el asunto del grupo parlamentario a la catalana ha quedado en agua de borrajas. Lógico. Los socialistas centrados, que en Castilla y León son la mayoría, se han acordado del dislate que proponía en 1934 Rovira i Virgili, y que dejó a León fuera del mapa: «La Península se dividirá en cuatro grandes nacionalidades: Portugal y Galicia, el País Vasco, Castilla, y la república mediterránea».

Lo de quitar y poner nombres, siguiendo un recetario de cataplasma nalgatoria, es harina de otro costal. Mario Amilivia, ahora tan calladito como Presidente del Consejo Consultivo de Castilla y lo que queda de León, se lo ha ganado a pulso por manejar la brillantina con demasiada profusión y con mucha más ligereza. Pero eso de llamar a un estadio de fútbol «Reino de León», es también una idea con brillantina aliñada, además, con naftalina.

Nada, que uno va entrar en el estadio con una sensación histórica extraña: como si le pasaran por los bigotes el bullebulle de doña Urraca en plan reliquia. Lo que hay que inventar para hacer de la UPL una portería de tercera división.

Antonio

Piedra

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