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ABC Cultural

Mickey Rourke y el filme «The wrestler» dignifican la Mostra de Venecia

Mickey Rourke es un espantajo, un tipo distorsionado por el tiempo (y lo otro) y que le muestra al mundo su imagen como abollada por un cristalón cóncavo. Tiene el rostro abotargado y da la impresión de pensar lento, como un minuto sí y otro ... no... A Rourke no lo ha respetado ni el dinero, ni la fama, ni la naturaleza, ni sus propios fans, ni siquiera el mismo Rourke. Ayer llegó este hombre al Festival, casi en su clausura, como si fuera una cita entre dos monstruos completamente acabados; venía Rourke con una película de Darren Aronofsky, un director peculiar en lo bueno y en lo malo, que se titula «The wrestler». La cosa resultó así de sencilla: esta edición pésima, incluso ridícula, de la Mostra de Cine de Venecia, se ha visto repentinamente ennoblecida con la dolorosa, extrema, hercúlea y sensible interpretación de este actor, que encarna (además de probablemente a sí mismo, en todo su amargor) a un viejo luchador de pressing catch llamado Randy, «The Ram», un tipo que usa la lona para darle sentido a los porrazos que se lleva también fuera de ella. Un teatro patético, una farsa llena de personajes absurdos que se masacran sin la menor acritud entre ellos, todos vencedores, todos perdedores, y en el que Rourke, o Randy, adquiere su mejor forma, o formato, pues fuera de allí no es más que un espantapájaros teñido de rubio, con una melena como la de Kim Bassinger en «Nueve semanas y media» y con la expresión boba del que no ocupa su lugar.

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