Desvelan los mapas genéticos del cáncer de páncreas y cerebro, dos tumores letales
NUEVA YORK. Las revistas Science y Nature llevan esta semana en sus páginas un total de tres estudios que arrojan luz sobre dos de los cánceres más extendidos y fulminantes, el de cerebro y el de páncreas. Los datos reunidos por todos estos estudios, entre los que se encuentra el trabajo del Atlas del Genoma del Cáncer (TCGA, por sus siglas en inglés, y también en homenaje a los cuatro pares de bases que componen el ADN humano) aportan el compendio más concreto y exhaustivo hasta la fecha de análisis de mutaciones genéticas que llevan de la salud al cáncer. La curación y la comprensión del mal ya están más cerca.
El TCGA se fundó en Estados Unidos, agrupando decenas de instituciones, precisamente como un histórico y revolucionario proyecto piloto destinado a secuenciar todos los cambios genéticos que conducen al cáncer. Se han dedicado y se siguen dedicando años de investigación y cientos de millones de dólares a escudriñar las raíces moleculares de muestras de tumores reales con las más modernas tecnologías, buscando cada mutación específicamente asociada a una nueva neoplasia.
Aseguran algunos investigadores que a ellos no les sorprende que haya tantos casos de cáncer en el mundo, sino todo lo contrario: que no haya muchos más. El organismo humano se encuentra en un constante zafarrancho de transformación y evolución, con sus células experimentando mutaciones prácticamente a cada paso. Los saltos evolutivos más espectaculares de la especie empezaron con cambios nimios, subcelulares e imperceptibles.
Algunos de estos cambios cuajan más y algunos cuajan menos, unos salen mejor y otros salen peor. El cáncer surge siempre al final de un camino equivocado, de un borrón genético que no acertó a hacer cuenta nueva. Comprender esto es crucial para los estudiosos de una enfermedad que no surge por infección ni por ataque externo sino por una deriva interna incontrolable. Una bifurcación mal hecha de los propios genes. Llevado el principio al extremo no habría dos cánceres estrictamente iguales, aunque sí existirían fuertes denominadores comunes, pautas estratégicas a tener en cuenta.
Por ejemplo los investigadores del Centro de Cáncer Johns Hopkins Kimmel han analizado más de 20.000 genes involucrados en 24 tipos de cáncer de páncreas y 22 de cerebro. Según cuenta su estudio aparecido en Science Express, han conseguido aislar un conjunto significativo de genes reguladores de estos procesos y de sus rutas, más o menos una docena para cada tipo de tumor, cuya alteración era constante en el 67 por ciento de los casos de cáncer de páncreas.
Estas rutas genéticas significativas afectan al sistema de control de daños y reparación del ADN, a los sistemas de maduración celular y a la respuesta ante la invasión tumoral. Todo esto puede revolucionar las aproximaciones terapéuticas al uso: ya no se trataría tanto de combatir los tumores sólidos en abstracto como los andamios genéticos que les permiten ponerse en pie, con fármacos adecuados a cada tipo de cáncer y quizá, con el tiempo, a cada tipo de paciente. Además del cáncer de páncreas, uno de los más mortales a día de hoy, los citados estudios apuntan al cáncer de cerebro más común (es el que padece el senador Ted Kennedy), el glioblastoma multiforme. Es este un tipo de tumor enormemente predispuesto a la metástasis que reduce la esperanza de vida a entre uno y cuatro años a partir del diagnóstico.
Numerosos genes mutados
Los investigadores están impresionados por la gran cantidad de genes individuales mutados que han aparecido tanto en el cáncer de páncreas (83) como en el glioblastoma (42). En las páginas de «Nature», el importante trabajo de la tupida red de investigadores del Atlas del Genoma del Cáncer ha secuenciado hasta 601 genes en muestras de glioblastoma, sacando a la luz tres nuevas mutaciones cuya vinculación con este cáncer era hasta ahora desconocida.
Se trata del gen NF1, que hasta ahora sólo se asociaba con un raro tipo de neurofibromatosis hereditaria, caracterizada por el crecimiento de tejido nervioso incontrolado; el ERBB2, un viejo conocido de los estudiosos del cáncer de mama; y el gen de supresión tumoral TP53. Además hay importantes mutaciones desconocidas en la subunidad reguladora de la kinasa del gen PIK3R1.
La mayoría de estas mutaciones aparecen diversamente interconectadas y coordinadas en la mayoría de tumores estudiados. Lo cual supone que una terapia combinada contra todas ellas podría tener éxito en un gran número de casos.
Uno de los descubrimientos más interesantes hace referencia a la capacidad del cáncer de hacerse fuerte frente a la medicación. Los pacientes de glioblastoma con un gen MGMT alterado por metilación (sustitución de los átomos de hidrógeno por grupos metílicos) responden mejor a la temozolomida, un agente quimioterapéutico que busca dañar el ADN de las células cancerosas. Pero de estos nuevos estudios se deduce que si este agente actúa sobre un gen MGMT alterado por metilación desencadena nuevas mutaciones esenciales para la reparación del ADN que a la larga favorecen la aparición recurrente de nuevos tumores mucho más resistentes a la quimioterapia.
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