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Un piloto que iba en el MD, a la azafata superviviente: «Aquí pasa algo raro»

El MD-82 de Spanair que se estrelló el pasado miércoles en Barajas tenía seis tripulantes a bordo o en activo en ese momento. Los otros cuatro viajaban con tarjeta en situación de embarque o «avant» en el argot -personal de tripulación que ocupa asientos de pasajeros y no está de servicio-. Era el caso de Antonia Martínez, la auxiliar de vuelo que salvó la vida. Llevaba cuatro meses trabajando para Spanair y tenía su base en Barcelona. Un cambio de asiento de última hora -el vuelo sufría «overbooking»- le salvó la vida. Según su declaración ante los investigadores, tuvo asignados los asientos 23 A y 35 C; al final, cuando el aparato despegó de Barajas, viajaba en el 1E, lo que finalmente le permitió seguir viva. Todos los supervivientes estaban acomodados en las nueve primeras filas del aparato.

Junto a Antonia Martínez, en el asiento 1C, viajaba otro tripulante «avant», un comandante de un Airbus de Spanair. La azafata no pudo oír nada de la conversación que se cruzaron el comandante Antonio García Luna y su copiloto, Francisco Javier Mulet Pujol, pero sí escuchó con nitidez el comentario de su experimentado compañero de asiento nada más iniciar la carrera de despegue: «Aquí pasa algo raro», le dijo, según ha explicado en su declaración.

Su testimonio es algo más preciso que el del resto de supervivientes, aunque los pocos segundos en los que se produjo el siniestro no permitieron a nadie darse cuenta de demasiados detalles. «El avión no cogía altura, como si no pudiera con el peso del pasaje, hizo giros laterales en zigzag, y a mí me pareció que intentaba un aterrizaje de emergencia. Los movimientos laterales eran muy bruscos; el aparato estaba descontrolado», detalló. No vio ningún incendio, según fuentes jurídicas, y lo siguiente que recuerda es que estaba en el arroyo, tapada con un panel de chapa y alguien la agarraba del pelo y los hombros tratando de ayudarla. Antonia se recupera en el Hospital de la Princesa de Madrid.

El comandante Antonio García, que había volado menos de 40 horas durante agosto, según su plan de trabajo facilitado por Spanair, no tuvo tiempo de decir nada a través de megafonía, tal y como han confirmado los heridos. Aparte de la comunicación que guarda una de las cajas negras, aún desconocida, la última vez que su voz está grabada es a las 14.20 horas del día 20 cuando verifica con la torre de control la autorización de despegue y repite los parámetros que le ha indicado el último controlador, Enrique A., quien a las 14.24 perdió el contacto visual con el avión.

Sesenta horas de vuelo

La grabación de la torre también está ya en poder del juez Javier Pérez, titular del Juzgado de Instrucción número 11 de Madrid. Hubo dos contactos rutinarios con cabina. No se habló de ninguna anomalía. El copiloto Francisco Javier Mulet había volado por debajo de las 60 horas en 20 días, por lo que está prácticamente descartada la fatiga como factor desencadenante del siniestro.

La declaración de los otros supervivientes -seis hasta ahora- es muy imprecisa. «Vaivén, traqueteo y balanceo» son las palabras más repetidas, además del horror final. Uno de los heridos explicó que los bandazos eran tan fuertes que en dos segundos veía «pista, cielo y otra vez pista» y rememora que quedó atado a su sillón con parte del fuselaje aplastándole un brazo.

En total el juez tiene la declaración de 39 personas: controladores, mecánicos, personal de Spanair, de la torre, de mantenimiento, de pistas, la azafata de otro vuelo que se cruzó con el avión... La mayoría coinciden en lo poquísimo que pudieron ver del despegue, si bien un señalero de pista, que estaba muy cerca del aparato, aseguró que se incendiaba el motor izquierdo, algo que de ser cierto no captó la imagen grabada por la cámara de seguridad. Nadie más, salvo la azafata de un vuelo procedente de Guayaquil, habla de ese fallo en el motor. Ella no lo vio, pero sí el comandante de su avión que comentó: «Se está comiendo la pista». Aseguró que ese motor sufrió un «petardazo» y el MD-82 empezó a caer «como una hoja».

Señalan varios declarantes que se produjeron «alabeos» bruscos (cimbreo de las alas) en el momento del despegue y que el avión hizo un «guiñado» (giro del eje). La última persona, aparte de la tripulación, que habló con el comandante fue el controlador Enrique A. Tras autorizar el despegue, entró en el despacho de su jefe. Tiene fama de hombre tranquilo, pero le faltaba la respiración. «El avión al que acabo de dar la orden de despegar, creo que se ha caído. Levantó el morro, no se elevaba, ha empezado a balancearse de lado a lado y he dejado de verlo». Eran las 14.24 horas del 20 de agosto y ya Barajas había escrito uno de sus capítulos más negros.

Una supervisora de la torre de control se refirió en su declaración a que había oído algo sobre un problema de motor del avión de Spanair. Sin embargo, nadie más ha hecho alusión a esa supuesta anomalía ni figura en ninguna de las reparaciones ni partes de mantenimiento aportadas por la compañía. La testigo había entrado en el turno de las dos, pero aludía al fallo detectado antes del primer intento de despegue. La avería del sensor de temperatura ni siquiera fue comunicada al jefe de mantenimiento de Spanair, al considerarse un problema menor. En el atestado de la Guardia Civil figuran más de un centenar de partes de trabajo relativos al avión del último mes, la mayoría chequeos rutinarios. El último de cierta consideración fue el del día 17, cuando se detectó un fallo en la reversa -sistema de frenado- del motor derecho.

El peso del avión, según la hoja de carga, era el adecuado: 64.263 kilos en el momento del despegue (el máximo autorizado son 66.591). Incluye personas a bordo (172), carga y combustible (11.189 kilos). La carga de la bodega apareció completamente desperdigada y se ha podido recuperar una mínima parte. El MD-82 transportaba 22 maletas de la tripulación y 115 del pasaje, además del abundante equipaje de mano. Llevaba además en su panza una carga muy especial: casi 400 kilos de salmón fresco en una cámara frigorífica, tal y como figura en el albarán de entrega, y muestrarios de calzado Timberland. El pescado se confundía entre los restos de las víctimas y sus pertenencias cuando llegaron los rescatadores al arroyo de la Vega. Encontraron también un perro calcinado, que viajaba en la bodega 2.

Cámbienme de pista

Todo forma parte de la investigación, a la que le quedan muchas piezas y que los familiares de las víctimas esperan ansiosos. Ayer algunos de ellos volvieron a casa con los ataúdes de sus seres queridos. El piloto del vuelo de Spanair que les trasladaba a Las Palmas pidió permiso para no despegar de la pista asignada -la misma del avión siniestrado-, por consideración hacia el pasaje. La torre de control accedió a la solicitud y le asignó la L15 en lugar de la L36, según AENA. El vuelo, que cambió de código, era el mismo que una semana antes se llevó la vida de 154 personas.

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