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Pesaro: DiDonato invoca a la Malibrán

«Esto lo canta con la gorra», comenta en voz baja y en español una señora a su compañera de palco en el coqueto teatro Rossini, en Pesaro. Se refiere a la mezzosoprano Joyce DiDonato en el momento de abordar el aria de Rosina «Una voce poco fa» de «El barbero de Sevilla», del compositor nacido en esta pequeña localidad italiana, que cada verano se convierte en punto de encuentro y de culto de su obra musical gracias al Festival de Ópera que lleva su nombre y que dirige Alberto Zedda.

Ésta es una de las piezas elegidas por la intérprete norteamericana (a la que pudimos escuchar recientemente en el Teatro Real en «Idomeneo») para homenajear a María Malibrán con motivo del bicentenario de su nacimiento (la Bartoli le ha rendido ya su particular homenaje con un disco y una gira por toda Europa).

Figura clave en la primera mitad del siglo XIX, María Felicia García, más conocida como María Malibrán, marcó un hito por su estilo personal, convirtiéndose en una de las cantantes favoritas de Rossini. Nacida en París, su fama superó la de su progenitor, el tenor y compositor sevillano Manuel García, fama que se incrementó tras su prematuro fallecimiento, a los 28 años.

El programa del concierto se centró en el repertorio de la Malibrán, desde Mozart —«Las bodas de Fígaro»— al mencionado Rossini —«Otello»—, para terminar con Bellini —«I Capuleti e i Montecchi»—. Es esta última parte, en la que estuvo acompañada de la soprano Amanda Forsythe en el papel de Julieta. la que logró emocionar a los espectadores hasta el borde de las lágrimas, como le sucedió a una joven francesa. Desde el podio, Leonaro Vordoni, marido de DiDonato, dirigió a la Orquesta Haydn di Bolzano e Trento siguiendo con cuidadoso mimo cada una de las intervenciones de su esposa. Antes del inexcusable «bis», la soprano norteamericana invocó el espirítu de María Malibrán, «sin la que no podría estar en este escenario», acertó a decir en un italiano supervisado por su esposo antes de cerrar su actuación con una nueva aria de Rosina.

La velada dedicada a la soprano de origen español era uno de los platos fuertes del XXIX Festival de Ópera de Rossini, aunque no el único. Sin lugar a dudas, la cita estrella la protagonizó el tenor peruano Juan Diego Flórez —aquí un ídolo. No había corrillo, bien de japoneses, alemanes o italianos, que no mentara su nombre—, encargado de la inauguración del evento el pasado 9 de agosto con un concierto, bajo el título «Il presagio romantico», en el que interpretó páginas de «La donna del lago» y «Guillermo Tell».

La parte operística del festival corrió a cargo de tres títulos: dos nuevas producciones —«Ermione» y «Maometo II»— y la reposición de «L'equivoco stravagante».

Las dos primeras se pudieron ver en el Adriatic Arena, un espacio de grandes dimensiones y polivalente, transformado para la ocasión en dos teatros. «Ermione» contó con la dirección musical de Roberto Abbado, al frente de la Orquesta del Teatro Comunale di Bolonia, y la escénica de su hemano Daniele Abbado (de quien pudimos ver esta temporada en el Real un magnífico montaje de «La violación de Lucrecia», de Britten). En el reparto, el público destacó de manera especial la intervención del tenor Antonio Siragusa, en el papel de Orestes. La segunda, «Maometo II», que viará este otoño a Japón junto con la producción presentada el verano pasado de «Otello», contó con la batuta, menos brillante —increpada por algunos espectadores— de Gustav Kuhn, mientras que la escena, más tradicional que el título precedente, la firmó Michael Hampe.

Sagi, colorista y atrevido

Por su parte, «L'equivoco stravagante» volvía a presentarse ante el público de Pesaro con algunas modificaciones de su director, Emilio Sagi, que también repetía con «Il viaggio a Reims» (dentro del Festival Giovane). El Rossini «giocoso» sigue encandilando con mayor facilidad al público que su producción seria, como se pudo comprobar en el teatro Rossini. La versión kitsch, colorista —primero en blanco y negro que paso luego al ultra color— y, en algún momento, atrevida que ha realizado Sagi provocó las constantes risas de los presentes, tanto por su puesta en escena como por el trabajo de un gran reparto, que no se sabe bien si son cantantes-actores o actores-cantantes por su extraordinaria vis cómica. Encabezado por Marina Prudenskaja, Bruno de Simone, Marco Vinco y Amanda Forsythe, estuvo bien acompañado por la batuta de Umberto Benedetti Michelangeli.

El programa lo completó un «Stabat Mater», con la voz de Daniela Barcellona, bajo la dirección del propio Zedda, y tres recitales: Carmela Remigio, Lawrence Brownlee y Patrizia Ciofi, quien optó por un repertorio totalmente francés, que dejó al público un tanto frío.

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