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Stray Cats: Con el tupé bien alto

Stray Cats: Con el tupé bien alto

A Elvis Presley , antes de dar el mayor salto a la fama de la historia de la música, le llamaban «hillbilly cat». Dos palabras que marcarían, veinte años más tarde, la vida de tres jóvenes llamados Brian Setzer, Lee Rocker y Slim Jim Phantom.

El rockabilly —contracción de «rock» y «hillbilly» (paleto blanco, aludiendo a la música country)— explotó con Carl Perkins, llegó a la popularidad con Elvis y Jerry Lee Lewis y se perfeccionó con Eddie Cochran. Pero a finales de los sesenta estaba prácticamente muerto. Durante los primeros años de la siguiente década, sólo grupos como los Flying Burrito Brothers se atrevían a insistir en él, hasta que la llegada del punk certificó su defunción. O casi.

Cuando a la mayoría de los jóvenes les dio por imitar al botarate de Sid Vicious, el veinteañero Brian Setzer formó con su hermano una banda recuperadora de las mejores enseñanzas de Cochran, que se llamaría The Tomcats. Tras la llegada del contrabajista Rocker y del baterista Jim Phantom, y una gira inglesa en la que se empaparon de chulería con laca —allí sí permaneció una escena rockabilly más o menos estructurada—, volvieron a EE.UU. para grabar un disco que titularon con el nuevo nombre de la banda, «Stray Cats», que se convirtió en un éxito inmediato en todo el mundo. El rockabilly no sólo había resurgido de sus cenizas, se había convertido en un fenómeno planetario.

Después de firmar otros dos discos magistrales, girar con los Rolling Stones y convertirse en leyendas de por vida, aparecieron los problemas, las canciones poco inspiradas y la separación. Y la reunión. Y otra vez la separación. Y así hasta hoy, cuando aseguran que esta vez es la buena (o la mala), porque han decidido no volver a juntarse después de este «Farewell tour». Y es que tras una gira con semejante nombre, otro regreso sería bastante humillante.

Harleys y patilleros

El espectáculo estuvo dentro de la sala. Pero también fuera de ella, donde decenas de harleys soltaron sus estruendosos acelerones entre nutridos grupos de patilleros, que abandonaron por unas horas sus callejones y sus refugios en los tugurios más chuletas de la ciudad para asistir a la última y definitiva cita con los héroes del rockabilly.

Los Stray Cats han dejado una enorme huella en España. Incluso hay bandas que han adoptado nombres claramente alusivos, como los Siete Vidas, clásicos del local Gruta 77, que ayer también estaban en La Riviera. «Acabamos de llegar de verlos en Murcia, y la verdad es que están muy bien físicamente. Nos jode que se separen, pero por lo menos lo están haciendo en condiciones. Unos tíos tan grandes no pueden andarse con chapuzas», aseguraban.

Eso debió pensar el presentador del concierto, que anunció que «la mejor banda rockabilly del mundo» iba a salir al escenario. Setzer de traje y corbata, y sus compañeros, más macarras, inauguraron una noche para el recuerdo con un «Rumble in Brighton» que recibió una ovación de las que no se recuerdan en La Riviera, llena a reventar. El trío respondió con la garra esperada, empalmando el «Stray cat strut» como si los años no hubieran pasado, con Setzer tocando la guitarra sobre su cabeza y Rocker subido en su contrabajo, mientras sus fans desbordaban la barra —ya se sabe cómo beben los rockeros de verdad— con un ojo en las camareras y otro en las tablas, sabiendo que cada segundo contaba.

El pegajoso tiempo de «Runnaway boys» y la deliciosa «18 miles to Memphis» siguieron desatando la euforia, hasta que llegó el momento del adiós —el concierto duró poco más de una hora—. O eso pensaban «los gatos», porque la hinchada dio señas de que si aquello no continuaba, iba a haber problemas. Setzer, complaciente, volvió a salir para confirmar lo que todos sabían: «Es nuestra última vez aquí, así que ahí va eso». La tremenda «Rock this town» y el «I fought the law» de los Fab Four fueron los últimos acordes de los Stray Cats en España, que salieron de allí a toda mecha, pero con el tupé muy, pero que muy alto.

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