Lunes, 11-08-08
Los virus son organismos que transitan en la frontera entre la química y la vida. Cuentan con los mismos ácidos nucleicos y proteínas que constituyen las células, pero necesitan parasitarlas para replicarse y prosperar. Sin éstas, no son capaces de crecer y reproducirse. Cuando a finales del XIX los investigadores se percataron de que la rabia o la fiebre aftosa, entre otras infecciones, eran causadas por partículas que se comportaban como bacterias, aunque eran mucho más pequeñas, pensaron que los virus constituían las más simples de todas las formas vivas portadoras de genes. Pero esta idea apenas perduró hasta 1935, cuando Wendell M. Stanley logró cristalizar el virus del mosaico del tabaco. No se podía crear la vida, luego los virus no eran seres vivos.
Hasta ahora, los virólogos han cambiado varias veces de opinión acerca de la identidad de los virus, y la conclusión más ampliamente aceptada por la comunidad científica ha sido una solución de compromiso: los virus moran en la frontera entre lo inerte y lo vivo, entre la química y la vida.
Hasta ahora, porque el inesperado hallazgo de un equipo de expertos de la Universidad de Marsella, del Centro Nacional de la Investigación Científica francés, dirigido por Didier Raoult, puede decantar definitivamente un debate que dura casi un siglo. Los virus, al parecer, son el puente entre la química y la vida. Las formas vivas más elementales.
Tres protagonistas
Tres son los protagonistas de esta fascinante investigación, de la que el último número de «Nature» da cuenta: mimivirus, mamavirus y sputnik.
Desde su descubrimiento en 2003 por estos mismos investigadores, el gigantesco mimivirus, el más grande de todos los virus conocidos con un tamaño de una micra -millonésima parte del metro-, mayor que muchas bacterias y arqueas, y 1.185 pares de bases en su cromosoma lineal, ha enamorado a los virólogos. Aislado una década antes, como parásito de una ameba hallada en una torre de refrigeración, mimivirus fue confundido al microscopio óptico con una bacteria por su enorme tamaño y arrinconado en un congelador, hasta que el equipo de Marsella ahondó en su estudio.
El segundo protagonista, mamavirus, fue identificado hace unas semanas por los hombres de Raoult. Colonizaba también una ameba hallada en otra torre de refrigeración, y era de la misma familia de virus gigantes, por lo que se le considera una cepa del anterior. Visible también bajo el microscopio convencional, era todavía mayor que mimivirus. Este simple detalle bastaría para llevarle hasta el Guinness de los virus, pero nada más. Lo sorprendente de mamavirus, que posee 900 proteínas codificadoras de genes, se descubrió al contemplarle al microscopio electrónico de alta resolución: se hallaba colonizado, a su vez, por un parásito, otro virus. Jamás se había visto nada igual.
La «factoría de virus»
El tercer protagonista, de un tamaño muy inferior con sus 50 nanómetros -milmillonésima parte del metro- y poseedor de un genoma con 18.343 pares de bases en una hélice de ADN circular, ha sido bautizado como sputnik, en recuerdo al primer satélite construido por el hombre. Tal vez porque esa es su forma de actuar. Consta de 21 genes y vive como un satélite de mamavirus. Adherido a él. O más exactamente, pegado a la «factoría de virus» que mamavirus desarrolla en el interior de la ameba a la que infecta, evidentemente con el fin de replicarse.
El huésped, es decir, mamavirus, se ve debilitado hasta el punto de que comienza a fabricar réplicas erróneas, algo así como abortos de virus que minan su capacidad de reproducción. Evidentemente, enferma. Jean-Michel Claverie, virólogo del centro marsellés, lo interpreta así: «No hay duda de que mamavirus es un organismo vivo. El hecho de que pueda enfermar lo demuestra».
El parásito, sputnik, es el primer virus que no precisa colonizar una célula -procariota o eucariota- para prosperar. Se vale de un organismo hasta ahora considerado inerte -otro virus-, o en el mejor de los casos al borde de la vida. No necesita de un huésped vivo para replicarse, luego él mismo es un ser vivo. Es el primero de una nueva familia, los «virófagos», comedores de virus.
Algunos virólogos se frotan las manos, pues podrían haber hallado un «caballo de Troya» con el que atacar a los propios virus. Sin duda queda mucho por estudiar al respecto, pero sputnik, el virus que infecta a virus, puede ser una puerta abierta a los «antiviróticos».

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