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Meirás. Dos bodas y un circo

Como en «El anillo del Nibelungo» que hace unos días puso en escena Tankred Dorst en Bayreuth, la acción en el pazo de Meirás se desarrolló en dos niveles. Uno dentro y uno fuera. La boda de verdad, en el interior. El circo, la boda alegórica y protesta, en el exterior. La toma virtual del pazo de verano. Los dos universos no se tocan nada (excepto las narices que la off boda pudiera tocar a la real). La Comisión pola Recuperación da Memoria Histórica (CRMH) llevaba días calentando el ambiente. Había organizado una «concentración pacífica» a modo de piquete informativo y festivo para solicitar «la devolución del pazo al pueblo». Para la parte festiva contaba con la colaboración de la comparsa Os Maracos, encargada de escenificar la boda paralela (los de Animalario tardaron más en dramatizar la de Ana Aznar).

Y entre la multidud y a los sones del himno nacional, llegó Franco en jeep (los Rolls Royce son más dífíciles de conseguir), de pie, con el brazo extendido, escoltado por la guardia mora, con una novia (un hombre) y recibido a la entrada del pazo por el obispo. Los de la CRMH trataban de entregar a los invitados un folleto informativo («El Pazo de Meirás es el impuesto revolucionario de 1938. Devolver al pueblo lo que es del pueblo», con una fotocopia de un recibo de dos pesetas de 1938). Cosa difícil porque los invitados importantes estaban dentro (salvo los Giménez-Arnau, que ni estaban ni se les esperaba). Y la mayoría llegaba en autobuses que iban entrando llenos y saliendo vacíos por la puerta lateral (la boda con el Caudillo de pega estaba en la principal).

Los invitados de los autobuses, jóvenes fundamentalmente, hacían fotos a la gente concentrada fuera. Muchos periodistas, bastantes curiosos y un grupo de miembros de la CRMH con sus simpatizantes, cuyas consignas más repetidas eran: «Devolución del Pazo de Meirás», «Familia Franco, fuera de Galicia», «Independencia, independencia»,«Sí, sí, sí, españoles a Madrid» o «Ni Franco ni Borbón. No a la colonización».

A las seis y diez de la tarde (la boda real era a las ocho) salió un cura del pazo. Generó una expectación entre quienes estaban en la puerta que ni el Papa. El grito de guerra de los agitadores fue, siguiendo al pobre cura, que iba andando: «Robar un pazo también es pecado» (que se repetiría un poco más tarde cuando otro cura más joven entró en coche: a éste hubo incluso quien lo llamó cucaracha). A un grupo de hombres y mujeres que cruzaron la puerta a pie con portatrajes y que parecían o camareros o músicos, les llamaron zipayos.

El calentamiento previo (y ajeno) de la boda de Leticia y Marco, más el renombre de la familia materna de la contrayente (porque Leticia es casi una desconocida para la mayoría de los españoles) hizo que desde el lunes hubiera paparazzi a las puertas del antiguo lugar de veraneo de Francisco Franco. Como ya no hay guardia mora a caballo custodiando el pazo no hay más problema que lo poco que se ha podido ver: familiares (tipo José Campos) en coche, vehículos de catering, furgonetas de alquiler de pianos, técnicos de electricidad o un camión con hojas de laurel. La noche del jueves, en el hotel Hesperia Finisterre, se había celebrado una fiesta familiar.

A veces en las bodas hay una invitada emperifollada que quita protagonismo a la novia. En la de ayer, el protagonismo era del Pazo de Meirás. Después de que en el mes de abril se llevara a cabo la inspección del pazo por tres técnicos, hace unos días la consejería gallega de Cultura puso en marcha el procedimiento para declararlo Bien de Interés Cultural (BIC) en la categoría de monumento, siguiendo los trámites de la Ley de Patrimonio Cultural de 1995 (los Franco disponen de un mes para presentar alegaciones).

Lo previsible es que el procedimiento acabe con un régimen de protección y la apertura al público al menos cuatro días al mes. Entre los fundamentos para la declaración de BIC están su vinculación con Emilia Pardo Bazán, su arquitectura («tendencia medievalizante») y los jardines, de gran valor paisajístico.

De lo que no cabe duda es de que el Pazo de Meirás es un lugar tan mítico como la granja en África de Isak Dinesen, la granja de los tordos de «Cumbres borrascosas» o el Manderley de Daphne du Maurier (o de Hitchcock). A los de la CRMH les encantaría que Carmen Franco Polo llegara a decir algún día lo de «Yo tenía un Pazo en Galicia» o «Anoche soñé que volvía a Meirás».

Como Maderley, Meirás también sufrió un incendio, aunque nunca ha quedado claro quién fue aquí la señora Danvers. Ocurrió en 1978 y destruyó parte del interior (del que se sacaron todos los objetos de valor) pero no dañó ni la fachada ni la biblioteca.

Partiendo de la boda de Leticia Giménez-Arnau Martínez Bordiú y echando la vista atrás (memoria histórica), los años terminados en ocho tienen una especial significación. El Pazo fue regalado al Caudillo en 1938. En 1978 se quemó. Y en 2008 tiene lugar la boda de Leticia, que ni siquiera conoció a Francisco Franco. En Meirás, que es la casa familiar. Y la Mallorca de tiempos pasados sin paparazzi.

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