Hace nueve años, las circunstancias le trajeron a este pueblo catalán, donde se aúnan mar y montaña. Hoy considera muy positivo para sus hijos vivir aquí
FOTO: INÉS BAUCELLS
Soy un apasionado de la naturaleza, sobre todo de los árboles. Me fascinan», señala Lluís Homar mientras posa junto a unas palmeras del jardín de la que fue, a principios del siglo pasado, residencia del arquitecto catalán Lluís Doménech y Montaner en Canet de Mar, un municipio de la comarca del Maresme situado a 43 kilómetros de Barcelona. La elección de este género no es casual, porque entre los árboles, resalta, la palmera es uno de sus predilectos. «Antes aquí había muchas, altísimas, que me gustaba mirar al pasar. Ahora sólo quedan estas dos, porque un escarabajo está acabando con ellas», explica, refiriéndose al picudo rojo, un gorgojo procedente de Asia cuyas larvas devoran la parte superior del tallo de las palmeras, poniendo en jaque estos «oasis de paz».
Y es que la visión de un árbol —asegura Lluís— le produce «por encima de todo, una sensación de serenidad, de calma y de silencio que me relaja». Pero es un silencio especial, que habla sin palabras, puntualiza en referencia al libro de Eckhart Tolle que lleva por título «El silencio que habla» y que recomienda: «Mira un árbol, mira una flor, una planta. Deja que tu conciencia descanse en ellos. ¡Qué quietud manifiestan, que profundamente enraizados están en el ser! Permite que la naturaleza te enseñe la quietud».
Lluís coincide con Tolle en que «cuando miras a un árbol y percibes su quietud, tú mismo te aquietas». Algo que él experimenta a diario, cuando está metido en la vorágine de su trabajo y se mueve en ciudades como Madrid o Barcelona: «Sumergidos en esa especie de locura cotidiana nos olvidamos de mirar la parte verde que encierra la urbe. Dentro de ese ajetreo que nos resta serenidad, intento recoger la quietud que transmite un árbol. Sólo con mirarlos te contagias de esa sensación de sosiego».
Los árboles que tanto admira Lluís están también presentes en el jardín de su casa, donde tiene «una palmera, un olivo, un naranjo, un limonero… Ya no me cabe ni uno más». Y es que para este actor barcelonés, estos representantes del reino vegetal tienen un significado casi iniciático: «Para mí están asociados con el mundo oriental, como el taichí, con crecer de abajo arriba. Llueva, nieve, haga frío o sol están siempre ahí. Aparte, me fascina que de una semilla tan pequeña pueda surgir un árbol de gran tamaño, que incluso puede llegar a ser milenario». Toda una alegoría de nuestra vida.
Nos cuenta que su afición por la naturaleza le viene de la infancia, de sus días de «scout» en los campamentos de verano, y de las excursiones que le permitieron ir conociendo los espacios naturales de Cataluña paso a paso. Aunque resalta que su participación en películas internacionales le ha llevado a lugares donde percibió la Tierra, con mayúsculas, en estado puro, como Ushuaia, la ciudad más meridional del planeta. «En general en toda Latinoamérica el contacto con la Madre Naturaleza es brutal», asegura.
Mar y montaña
En Canet de Mar, este actor que interpretó al Rey en la serie «23-F», puede dirigir su vista también hacia el mar, otro generador de sosiego, que aquí se hermana con la montaña. Desde hace nueve años, Lluís vive en Canet con su mujer y sus dos hijos. La elección fue casual, pero está muy satisfecho con ella: «Fue una cuestión logística, más que algo premeditado. Éste es el pueblo de mi mujer y aquí está su familia. Cuando nuestro hijo mayor tenía nueve meses, yo tuve que rodar una película en Gerona y vinimos provisionalmente, porque mi suegra nos ayudaba con el bebé. Y luego nos quedamos. Pensando en los niños, es muy práctico vivir en un pueblo con todo tan a mano, la playa, los amigos del colegio de los niños, con los que se encuentran por la calle, las actividades extraescolares cerca, la escuela de música…», explica. No es el único que se ha dejado seducir por el encanto de este municipio cercano a Barcelona. Entre los casi 14.000 habitantes de Canet, hay otros rostros famosos, como el de Javier Sardá, los integrantes de La Trinca y Els Comediants o Toni Cruz, enumera Homar.
Con sólo seis años, pisó por primera vez un escenario, en una representación de la Pasión en la parroquia de su barrio, en Barcelona. «Llevaba una ramita de olivo», explica. Ese encuentro casual se convirtió en poco a poco en algo más. Luego estuvo vinculado a grupos de teatro infantil y juvenil y a los 14 su sueño ya era ser actor. «Aunque nunca creí que se pudiera convertir en realidad», recuerda. En sus orígenes estuvo siempre vinculado al teatro, a los 19 era el integrante más joven de uno de los teatros de referencia de Cataluña y España, el Lliure, del que fue miembro fundador y director. A él estuvo vinculado 25 años. Cuando nació su primer hijo su carrera dio un giro y pasó del teatro al cine y la televisión.
Desde entonces no ha parado. En el taxi que le lleva a uno de sus rodajes en Barcelona, enumera sus últimos trabajos: «Los ojos de Julia», que se estrena este mes, «Pájaros de Papel», de Emilio Aragón; «Hispania», una producción de Antena 3, que le coincide con la nueva película de Moncho Armendáriz, «No tengas miedo»; la presentación de «Héroes», por la que ha recibido el premio del público en el festival de Málaga…
Para serenarse entre tanto ajetreo, le basta con fijar la vista en alguno de los árboles del recorrido, que son para él como islas de paz. O, ya de vuelta, caminar con sus hijos por el paseo marítimo y dejar que la vista se pierda en el horizonte, sobre las aguas del Mediterráneo, mientras la respiración se aquieta y le invade una buscada sensación de serenidad.