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Crítica de «Custodia compartida»: Los hijos como trinchera

Entre la incomodidad y el miedo, Xavier Digard dirige una historia precisa sobre una familia desestructurada

Oti Rodríguez Marchante

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Drama familiar que arranca con lo que parece un desenlace : un matrimonio se divorcia y dirimen ante el juez una difícil situación sobre la custodia de sus dos hijos, una joven a punto de la mayoría de edad y un niño, y ninguno de los dos quieren al padre y muestran su público desprecio y temor.

El director, el francés Xavier Legrand , ofrece en esta primera, larga y templada escena inicial el punto de vista del matrimonio irreconciliable, y mantiene al espectador con ciertas dudas sobre quién de ellos, padre o madre, tiene la razón y si son justas las peticiones de ambos sobre la custodia… Dudas que despeja en cuanto la historia pasa de lo objetivo a lo subjetivo, y la cámara plena de autenticidad de Legrand va desmenuzando los comportamientos de ellos, y la violencia pasa a ser un elemento visible gracias a que el relato se instala en los ojos de Julien, el niño, interpretado con gran verosimilitud por Thomas Gioria.

En las ocasiones en que el cine trata sobre la violencia familiar o doméstica suele acercarse a las líneas del cine de terror , y aquí las escenas de intriga y de tensión están magníficamente dosificadas en su desarrollo de tal modo que nada rechina, ni siquiera su último tercio ya volcado hacia una descontrolada brutalidad. Grandes interpretaciones de Léa Drucker y Denis Ménochet que proponen un recorrido desde la duda, hacia la incomodidad y el miedo.

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